El Frente de Juventudes, la rama juvenil de la Falange durante el primer franquismo, antes de la OJE, se sostenía sobre iconos equivalentes a los de tantos niños y jóvenes catalanes actuales, a los que les inculcan igual patriotismo de rebaño ovejuno.
Banderas, himnos patrióticos que llaman a matar al odiado opresor, cadenas humanas, marchas, antorchas nocturnas, manifestaciones que exaltan los territorios de un viejo imperio mítico.
Los aquelarres falangistas expresaban una obsesión patriótica, fiebre que exigía la recuperación de la soberanía sobre Gibraltar, todavía irrealizada, como seguramente ocurrirá con la independencia de Cataluña, donde cadenas de menores reclaman inventar su propio Gibraltar mientras cantan Els Segadors, que promete segar cabezas castellanas.
Rasquémonos la cabeza preocupados, como aquél viejo de la cervecería en la película “Cabaret” ante el efebo nazi de voz maravillosa que también iba para verdugo cuando entonaba “El mañana será nuestro”.
El espectáculo del 11 de septiembre, el adoctrinamiento en las escuelas, la repetición de ese himno sangriento –afortunadamente el español no tiene letra--, son el Frente de Juventudes actualizado, el revolucionario mañana de una patria fascistoide.
El escritor y traductor Enrique de Hériz, Premi Llibreter 2004, escribía esta semana en El Periódico que:
“La opinión pública se había ido domando hasta sucumbir al pseudo argumento de que si no te manifestabas a favor de las tesis del nacionalismo catalán eras un españolista irredento. Un facha, vamos. Uno de los grandes aciertos estratégicos del soberanismo ha sido la estricta reducción binaria de todo pensamiento político. Eres o no eres; sientes o no siente, compartes o no”.
El Frente de Juventudes era igual, estabas o no estabas con él, y la OJE, aunque pretendía estar menos politizada e imitaba a los Boy Scouts, era casi igual: los que no nos "apuntábamos", éramos apestados.
Pasaron muchos años hasta la desintoxicación, pero el fascismo, esta vez nacionalista regional, inunda Cataluña.
------
SALAS observa cómo empezó en Grecia. Ahí está el paralelo de la estrella, entre barras de cualquier color.