Esta ola de decenas de millares desesperados que tratan de huir hacia Europa del DAESH, el nuevo Califato islamista sádicamente asesino, puede llegar en poco tiempo a contarse por millones.
Todo comenzó en 1979 con la caída del Shah de Persia facilitada por Jimmy Carter y Valéry Giscard d'Estaing, que apoyaron al ayatolá Jomeini, creador de una reaccionaria y brutal teocracia que despertó el fanatismo en casi todo el mundo musulmán.
Han pasado 36 años y el Cercano Oriente va a peor. La democratización impuesta, como en Irak, ha fracasado.
El islamismo multiplica sus ataques y de él huyen las minorías no musulmanas, como las cristianas, pero también musulmanes moderados entre los cuales se infiltra el peligro: practicando el engaño (taqiyya) llegan terroristas del propio DAESH.
El Gobierno español, como el francés, ha rechazado recibir un diez por ciento de los refugiados e inmigrantes que esperan arribar a Europa desde Libia. Con un paro del 24 por ciento, España dice que no son socialmente absorbibles.
En España no se quiere hablar de algo muy visible: en la puerta de todo supermercado o zona concurrida ya hay refugiados o inmigrantes precursores vendiendo una “Farola” invendida de hace meses para ocultar dignamente que mendigan.
Aparte de alimentos cotidianos o donde vivir ahora, más adelante necesitarán asistencia médica, quizás curarse de hepatitis C, cuyo tratamiento individual cuesta 60.000 euros; incluso pensiones sin haberlas nutrido.
Por lo que los ciudadanos europeos, incluidos los españoles, deberán renunciar por solidaridad y humanismo, y quizás a corto plazo, a la llamada sociedad del bienestar.
Además, y ya antes de la llegada de las futuras grandes oleadas, un estudio anuncia que en 2024 en España se habrá agotado la hucha de las pensiones.
Simplemente sepámoslo; son hechos, no opiniones.
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