Una de las consecuencias de las violencias etarra y de sus aliados es que fuera de Euzkadi gran número de vascos encubren su origen y dicen proceder de la Rioja, Cantabria, Navarra o Aragón.
Hace pocas décadas, sin embargo, estaban orgullosos de su lugar de nacimiento, seguros de que el Athlétic de Bilbao era el segundo equipo de cualquier lugar donde estuvieran y de que todo lo suyo inspiraba simpatía.
Muchos españoles proyectaban sus sueños en aquél país: se sentían copartícipes de su prosperidad, incluso sin saber que contribuían a ella con sus ahorros e impuestos, porque toda España alimentaba las inversiones allí.
Ahora, muchos vascos que salen hacia otras zonas de España se avergüenzan de ser de la misma tierra que las máquinas etarras de matar, de donde hay una mayoría tibia o amedrentada al paso de los patrióticos macarras batasunos.
Después de larga conversación, y tras circunloquios varios, se disculpan por ser de donde son y explican que les angustia el dolor de tanta gente perseguida en nombre de la tierra que ellos no pueden dejar de amar, y de la que también temen a muchos de sus especimenes.
En un congreso reciente, un médico bilbaíno, que decía ser cántabro, se disculpó abochornado ante muchos colegas cuando no pudo seguir engañándolos: “También hay colombianos honrados que dicen ser de otra nacionalidad para que no los confundan con la avalancha de sus delincuentes y narcos”.
Terrible ejemplo, patética analogía.