Con el verano se acrecienta en España el consumo de sangrías, que no son vino con gaseosa, sino las que sufren los seis mil toros y novillos a los que marean, pican, agujerean, acuchillan y matan para quitarle después orejas, rabos y patas.
En los lugares más salvajes los apalean, acribillan, asetean, atropellan y lapidan, para arrastrar después sus despojos con caballos, tractores, camiones, grúas y jeeps.
Considerada muestra de la cultura española, a veces la sangría es lenta y los animales tardan horas en morir: como última solución los tirotea la guardia civil.
Cuando un alcalde tiene pasión taurina, aunque no la compartan sus vecinos, paga el espectáculo con dinero público y reducción de servicios ciudadanos.
Son de derechas o de izquierdas, como el indefinible socialista coruñés Francisco Vázquez, que mantiene las corridas sin público y enormes déficit para que los toreros mantengan sus cortijos.
Hay un sitio de internet, islerofanclub.org, construido en recuerdo del toro que mató a Manolete en Linares, en 1947.
Establece premios desde el punto de vista del toro: éxito alto, por ejemplo, son las dos costillas rotas de Enrique Ponce a principios de julio; éxito medio, la cornada en la pierna de Juan Mora, y bajo, la cornada leve en fosa iliaca derecha de Miguel Abellán. El trofeo Islero no precisa explicación.
El toro también tiene sus derechos, pero casi nadie se los concede: aparte de orejas y rabos, los periódicos deberían reseñar los premios Islero.