Cuando casó en 1981 con Charles, heredero de la Corona británica y príncipe de Gales, Diana Spencer Francis destacaba poco por su cociente intelectual, pero brillaba como una modelo profesional en las revistas del corazón.
Su marido, hombre reflexivo y aburrido, tenía desde tiempos inmemoriales una novia fija, aunque casada con otro: todos lo sabían.
La señorita Spencer, sana y de buen pedigree, caderas para felices maternidades, recibió un encargo poco feminista: perpetuar la especie real y decorar con belleza a su marido, nada más.
Pero Lady Di se autotituló princesa del Pueblo y le exigió a Charles formar una pareja perfecta.
No lo consiguió, y se echó encima novios, amantes, confidentes y fotógrafos, porque los avispados editores del Hola español la vieron como una excelente fuente monetario-informativa y fundaron en su honor el exitoso Hello británico: Diana hizo a Hello, y viceversa.
Ratificó entonces su estrellato en las revistas del corazón, con las que viajaba en sus campañas de popularidad: lloraba lánguidamente entre niños hambrientos o con piernas amputadas con minas de guerra y salía elegante y bellísima en las fotos.
Ennoviaba con gente de medio pelo, como el egipcio Doddy Al Fayed, multimillonario pero definido por los estilistas franceses como el mayor patán de Europa.
Ambos se mataron la noche del 30 al 31 de agosto de hace ahora cinco años, cuando iban en coche por París: los islámicos afirman que iban a tener un hijo musulmán.