Son tipos que desde niños matan y mueren por cien dólares, que llegan masiva y libremente desde cualquier parte del mundo.
Mientras, y al contrario que lo que prometía Aznar, el presupuesto de seguridad ciudadana se ha reducido en 1.200 millones de euros y hay 10.000 policías menos que hace seis años.
Así, se dan simultáneamente los casos del sicario colombiano que asesina a sangre fría a un policía sin chaleco antibalas, en Madrid, y que los desactivadores de explosivos aparezcan ridiculizados porque durante tres días fueron incapaces de localizar una bomba en la playa de Santa Pola: los especialistas no tenían georradar, aparato imprescindible para estos casos, pero sí unos detectores que los niños compran por correspondencia.
En la última década la sociedad española se ha globalizado, y también la delincuencia: ya campan libremente aquí unos 12.500 delincuentes muy violentos, de los que unos 8.500 son extranjeros.
Matan instintivamente, como el colombiano que abatió al policía de Madrid, o como aquel moldavo que, con una crueldad extrema, asaltó a una familia, asesinó al hombre y torturó y violó a sus hijas.
Será inútil endurecer las leyes: son gente con códigos y valores muy diferentes a los nuestros; matan, mueren y van a las cárceles españolas como quien sale a pasear.
La violencia sicaria es una parte de la inevitable globalización: cada día padeceremos más sus actos sanguinarios, y solo crecerá más lentamente con enormes inversiones en policías y medios preventivos.