José Antonio Berasategui, que suplantó y liberó de una cárcel parisina al principal dinamitero etarra, su hermano Ismael, ha divulgado una carta en la que se presenta como un mártir del amor fraterno.
Dice que ayudó a escapar a Ismael porque se había vuelto débil y depresivo en prisión, y que necesitaba levantar el ánimo; en otras palabras, en la adversidad, Ismael es un cobarde, y solo se envalentona si puede reventar impunemente a seres humanos.
Cuando José Antonio avisó a los agentes franceses del canje, Ismael ya había tenido casi una semana para manipular las cinco toneladas de explosivos que sus compañeros etarras presuntamente le tenían preparadas: podía reventar matando a sus viajeros hasta 250 coches bomba con veinte quilos de carga cada uno.
Los párrocos abertzales presentaban inmediatamente el ejemplo propagandístico de José Antonio como un sacrificio parecido al de Cristo crucificado en Jueves Santo, día del Amor Fraterno.
En la misma operación publicitaria, José Antonio rechaza ser defendido por abogados de Eta: pide uno francés ajeno a la política que evoque ese Amor Fraterno y para que no lo culpen de los próximos asesinatos de su hermano, solo posibles con su imprescindible colaboración.
Borges escribió su “Historia universal de la infamia” con casos así, y José Antonio, en su intento de enternecer con su retorcida carta, debería ingresar allí, junto con las homilías de los curas que ven a su Cristo crucificado en la figura de este siniestro hermano, coadyuvante de futuros asesinatos.