El honorable Jordi Pujol pone cara de disgusto al tener que repetir constantemente el mismo reproche: “¿Por qué tanta gente piensa que los catalanes solo queremos dinero?”.
Tiene razón: prejuicios y refranes chuscos hacen de los catalanes gente materialista, cuando solo piden ternura y entrega, que se muestran, sobre todo, aprendiendo su idioma.
Eso fue lo que hizo un importantísimo ejecutivo destinado a Barcelona: tras estudiarlo, la gente lo admiró; quiso hablarlo, y aunque no lo consiguió, lo amaron por intentarlo.
“Ya es de los nuestros” dijeron quienes lo conocían: naturalmente, le obsequiaron asociándolo al Barça, donde empezó a animar alegremente al joven brasileño Ronaldo Nazario.
En el fútbol fue donde entendió esa necesidad catalana de cariño, de pasión exclusiva, como la de una esposa celosa:
Cuando Ronaldo pidió más sueldo, el Barça se sintió traicionado porque le había regalado mucho más que dólares: el amor bifronte de Barcelona y Catalunya: Barçalunya.
Ronaldo insistió y, despechado, Barçalunya lo echó por mercenario, aunque tras hacerle pagar el divorcio.
Pasó igual con otros novios deportivos, a los que recibían pidiéndoles, más que el cumplimiento profesional, que se vistieran con la senyera y que veneraran a la Moreneta.
Demasiado catalanismo para Maradona, Schuster, Laudrup, Rivaldo, Figo, y otros, que se largaban porque no querían ser patrióticamente asfixiados, como hacen ahora con los atosigados argentinos Riquelme y Saviola.
Después de muchos años, e inesperadamente, nuestro ejecutivo se dijo que “cuánto amor, cuánta exigencia”, y se marchó también.