Quince muertos, nueve de ellos niños, masas de palestinos que juran venganza y la opinión pública mundial indignada es el resultado de un ataque israelí contra la casa en la que pernoctaba Salah Shehada, lider militar del movimiento terrorista Hamas.
Hasta los más amigos de Israel han acusado a ese país del horrible crimen, pero también debe plantearse la pregunta de por qué el terrorista palestino más perseguido estaba sospechosamente rodeado de tantos niños.
Él y quienes lo refugiaban sabían que Israel lo perseguía sin piedad por sus decenas de ataques terroristas durante los últimos años, como los atentados de Atzmona con cinco estudiantes asesinados, en el restaurante Matza, con 15 muertos o en el Delfinario, en Haifa, con 21, muchos de ellos, también niños.
Mataba y mandaba matar a masas inocentes y se escondía entre masas inocentes: tal era la catadura de este fanático religioso; no se olvide su sádico iluminismo religioso.
Un combatiente debe proteger a sus conciudadanos, no esconder su cobarde ventajismo entre niños, niños mártires, escudos de guerra: Salah Shehada, como con tantos terroristas, resulta así mucho más asesino que sus asesinos.
Aparte, el dolor familiar por los niños inspira cierta sospecha: su inmolación se ha convertido en un próspero negocio para muchos allegados, que, aparte del Paraíso, reciben premios de 30.000 dólares por hijo sacrificado y sueldos y trabajos de por vida concedidos por la Autoridad Nacional Palestina (ANP) de Arafat y las organizaciones islamistas.