Solo el olvido de la Historia de España podría explicar la falta de comprensión hacia la carta pastoral en la que los obispos vascos defienden la legalidad de Batasuna.
Ellos eran la fuente nutricia del patriotismo español, pero como España dejó de ser “luz de Trento y martillo de herejes”, han tenido que replegarse a la tierruca para alumbrar un nuevo estado cristiano.
Recordemos que, con muy pocas excepciones, desde el descubrimiento de América estos sacerdotes eran fogosos predicadores de la lo aque ahora llamamos Hispanidad, y con Franco resultaron más falangistas-tradicionalistas que el Jefe Nacional del Movimiento:
"Por la unidad física del planeta y por la unidad católica del mundo, España, dio lo mejor de su sangre y lo mejor de su espíritu, lo mismo en Trento que en Otumba, en Filipinas que en Ingoldstadt, en Mühlberg que en Lepanto, en Túnez que en San Quintín", enseñaban aquellas masas de férvidos misioneros que exportaba Vasconia.
Recordaban al soldado-apóstol de Azpeitia: “San Ignacio de Loyola es la personificación más viva del espíritu español en su edad de oro; ningún caudillo, ha dicho Menéndez y Pelayo, ningún sabio, influyó tan poderosamente en el mundo. Si media Europa no es protestante débelo, en gran manera, a la Compañía de Jesús”.
Pero, como bramaba el bilbaíno, padre Echevarrieta, ”la impía España perdió su camino desde que luces, que no eran las de la Iglesia, encandilaron sus ojos”.
La apostasía de España les ha obligado a iniciar una nueva Reconquista, como en el 711, para expulsar al maketo infiel.