La pregunta podría llevarnos al creacionismo, tan odiado por el evolucionismo puro y por la corrección política: ¿Y si Dios fuera un alienígena, un ser de otro planeta, un extraterrestre , un Alien, que quizás tripulaba el “carro de fuego” que se llevó a Elías hacia el cielo, como narra la Biblia desde hace tres mil años en el Libro de Los Reyes?
Preguntas así provocará el estreno este verano de Prometheus, de Ridley Scott, el director de Alien (1979), la película sobre el ser parásito de satánica inteligencia que eclosionó del pecho de un gigante humanoide muerto, y que mataba a los tripulantes de la nave espacial Nostromo camino de la Tierra, donde seguramente destruiría toda vida humana.
Tres años después Scott creó Blade Runner: para los replicantes que luchaban por alargar su existencia Dios era la Tyrrell Corporation, que los fabricaba con fecha de caducidad.
El director de algunas de las mejores películas de los últimos 35 años parece creer en algo superior como creador de la vida.
Hace poco le decía al New York Times que era matemáticamente imposible que los humanos fuéramos solamente producto de una evolución casual, sin intervención de “Dios, dioses, o ingenieros de la vida”.
Enlazaba esta idea con la de Erich von Däniken, arqueólogo suizo que lleva décadas tratando de demostrar que las líneas de Nazka, Perú, y muchos iconos milenarios, son obra de extraterrestres.
Que podrían ser malvados: Stephen Hawking, astrofísico ateo y padre de la teoría del Big Bang, advierte que en el espacio exterior quizás haya cosas que no nos gusten.
Prometeo, amigo de los mortales, les entregó el fuego, y por eso fue castigado por los otros dioses: esperando a Scott podemos discutir sobre la evolución, únicamente, o sobre la ayudita de Dios, de algún dios, o de un extraterrestre.
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Poco después de publicada esta crónica el artista me ha enviado esta maravilla, obra suya de 2003.