Los “Tucanes de Tijuana” provocan algo parecido a lo que ocurre en las fiestas de música tecno y bacalao en España, en las que la mayoría de los asistentes se droga y, después, alguno muere.
Los “Tucanes de Tijuana” son las estrellas un nuevo género nada hipócrita, el narcorrido, que es el corrido que alaba a los narcotraficantes.
Según la revista especializada Billboard están en el número uno de la música mexicana en EEUU, llevan vendidos diez millones de discos y han recibido 20 grandes premios.
Esta música está apoyada por campañas publicitarias de su multinacional discográfica y por los medios de comunicación que luego lavan su conciencia con cuestaciones y actos sociales contra las drogas.
La doble moral la pone de manifiesto este grupo, nacido en esa ciudad mexicana violenta, sucia y vendedora de droga, fronteriza con la paradisíaca consumidora de droga, San Diego: una de sus canciones más divulgadas por radios y televisiones, incluso estadounidenses, ensalza directamente al terrible narco, ahora preso, Caro Quintero, porque era “un filántropo que ayudaba a los pobres”.
Los Tucanes dicen ser cronistas sociales con sus narcorridos: “Todos nos aprovechamos del narcotráfico. Al cantarle lo explotamos comercialmente. Pero la prensa también, que vende al divulgar noticias sobre sus actividades”.
A veces, como en España, mueren jóvenes atiborrados de drogas en sus narcofiestas. Ellos no se sienten culpables: “Es responsabilidad de los consumidores o de sus familias, no la nuestra”.
Entre tanto, esa música no amansa a las fieras, sino que las crea, como se verá con el paso de los años.