Los días que siguen a la Navidad estoy frenético con las fotografías de los nuevos ricos de la lotería y las imágenes de sus saltitos en la televisión. Mataría a los que compran décimos en Sort y en administraciones donde siempre toca, porque lo que se llevan ellos me lo quitan a mí.
Míreme: soy un desgraciado que nunca tuvo un reintegro y que en treinta años he invertido en loterías una media de 100.000 pesetas anuales. Tres millones. Toda la vida trabajando, para esto.
Hoy hay más millonarios que antes de Navidad, pero menos que el 5 de enero, y en el trabajo ya no me dan anticipos para comprar lotería de Reyes, que ahora le tocaba tocarme.
Yo soy honrado, pero tengo tentaciones de atracar a alguien. A ver qué cenan hoy mis hijos después de que la Lotería Nacional me haya robado todo lo que tenía.
La culpa es del Estado, que no distribuye bien los premios, se queda con parte, y me hace ludópata con la publicidad de ese calvo que reparte soplidos de los que salen globitos con millones de euros.
Tendría que lanzarme contra el Estado y sus beneficiarios, especialmente los insufribles Niños de San Ildefonso y esos bobos que salen agitando botellas de sidra achampanada, y que son los que me quitan mi inversión y mis beneficios. El Estado y esa gentuza que recibe premios me han robado tres millones de pesetas en treinta años, que con intereses deben ser cinco millones. ¡¡Ladrones, sinvergüenzas, me han robado ustedes cinco millones!!.
¡Oiga, usted, sí, el que me lee con tanta atención: Mire la faca que tengo, ¿la ve? De siete estallos. Suélteme todo lo que lleva encima, especialmente la lotería de Reyes, o lo rajo!