La sanidad y la alimentación en la antigua URSS se hunden, provocan muertes más tempranas, masas de postrados, alcoholismo, desmoralización general y emigración de jóvenes que, como Irina Riasyova, llegan en oleadas a la Europa del oeste.
Irina, de azules ojos rasgados y pelo de cosecha trigal, como un antiguo cartel editado por Stalin, tiene 32 años, es médico de carrera y prostituta de profesión. Ejerce en un club de carretera en la N-I con viajeros sudorosos, con beodos, y con ricos solteros lugareños que le piden matrimonio.
Su vida y la de sus antepasados fue poco maravillosa, con el comunismo y después de él.
“En España estoy mejor que nunca, aunque a veces el oficio me produzca náuseas”, cuenta.
Tiene un ordenador con internet para conectarse a su país, aunque no quiere vivir allí porque “la esperanza de vida ha caído a los 58 años, cuando hace una década era de 68, según los últimos datos de la Organización Internacional del Trabajo. Y en España está en 78”.
“Otro ejemplo, el 88 por ciento de los 51 millones de habitantes de Ucrania no tiene ya, o casi no tiene, asistencia médica. En Armenia y Moldavia han desaparecido prácticamente la medicina, los médicos y los medicamentos”, añade.
Pero no solo la antigua URSS está así: “El 82 por ciento de los 11 millones de habitantes de Hungría, candidata a la Unión Europea, no puede pagar la atención que necesita”.
Irina se ha quedado sin fuerzas ni ganas de homologar su título en España. Su ordenador le enseña realidades muy tristes que olvida bebiendo botella tras botella de vodka, con sus clientes o sola.
Irina se ha traído la maldición rusa del alcohol y tampoco pasará de los 58 años. Quizás ni siquiera llegue.