Estos días circulan por teléfonos móviles y correos electrónicos llamadas a boicotear los productos catalanes, recordando una frase de Pasqual Maragall cuando proclamó, soberbio y retador, que Cataluña “había agotado su margen de generosidad” con España.
Maragall, de espesos vapores que le hacen perder el control de la lengua, ha dañado un poco más la decepcionante visión que se va teniendo del seny de los políticos catalanes, degradada previamente por su socio Pérez (Carod-Rovira) cuando llamó a boicotear el Madrid olímpico.
Propuesta que fue contestado por numerosos simpatizantes del proyecto madrileño con un boicot al cava catalán. Aunque, anteriormente, algunos boicots nacieron a demanda de políticos catalanes, como uno contra la empresa burgalesa Leche Pascual.
El trabajo de Jordi Pujol construyendo durante dos décadas una falsa imagen apacible y con sentido de Estado del catalanismo político ha quedado destruida en pocos meses. Gracias a las expresiones prepotentes de la actual generación de políticos chabacanos, petulantes y bravucones, como de los Don sicilianos.
Lo que ha creado en los españoles más susceptibles, y quizás más acomplejados, ese deseo de desquite que les lleva a boicotear productos catalanes: ejercicio que daña a todos los españoles, y no solo a los trabajadores y empresarios de Cataluña.
Acción, reacción, el huevo o la gallina. Aquí todos los implicados, boicoteadores y políticos provocadores, son culpables, y cuando la corriente se vuelve remolino, todo corre, incluyendo la economía, dando vertiginosas vueltas por el sumidero hacia la alcantarilla.
Dentro de unos meses los empresarios catalanes harán cuentas y quizás tendrán que exigirle moderación a sus políticos .
Y la situación podrá repetirse en cualquier momento con bienes o servicios gallegos si la nueva Xunta socialnacionalista no es sumamente prudente en sus expresiones, pero también con sus hechos.
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