Hacer tuning, afinar o entonar un coche, es someterlo a cambios estéticos y mecánicos tan brillantes, llamativos, ruidosos, competitivos y extraordinarios, que el vehículo se parece cada vez más a una nave interespacial, y menos al Seat que realmente es.
Ese cambio es espectacular, pero el de su propietario es aún mayor: de ser alguien normal, pasa a convertirse en un alienígena. Se viste como su coche, se tiñe el pelo, habla como un iluminado y se acelera cuando quiere demostrar lo macho que es.
Bastantes entonados por su automóvil abandonan sus obligaciones y, ya arruinados, obligan o intimidan a todos los que los conocen para paguen sus vampirescos gastos.
En EE.UU., algunos enloquecidos aficionados asesinan con más saña que los temidos pistoleros del póquer, y su índice de suicidios por frustración, cuando ven que alguien los iguala, es escalofriante.
Sentido identitario, exclusividad, superioridad, banderas, consignas, himnos, antorchas, potentísimas luces multicolores, música más fuerte que la de cualquier discoteca. El vehículo es su Nación, su Patria, y sienten ira y odio frente a sus vecinos, ante los que reafirman aún más sus señas diferenciales metiendo mucha más batería, con ruido de confrontación, entre racial y bélica.
Observemos ahora a los políticos catalanes: se han tuneado con su proyecto de Estatuto, mientras ZP es, seguramente, es el único espectador encantado con ese espectáculo.
El Estatuto catalán es un SEAT al que han convertido en un ovni, cuyo piloto, Pasqual Maragall, se ha entonado y acelerado tanto que no hay manera de bajarlo de su delirio tremendo.
Él y demás políticos nacionalistas son gentes tan inseguras e infelices que, habiendo perdido lentamente el papel preponderante que tenían tiempo atrás en España, tratan de recuperarlo haciéndose tuning, transformándose, mutando hacia pavos reales.
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