Buena la han armado los novelistas Juan Marsé y Rosa Regás, jurados del premio Planeta, al decir que la novela ganadora en 2005 es una birria.
Lógicamente, muy poca gente querrá adquirir las “Pasiones romanas” de la guapísima María del Pau Janer, y mucho menos “Y de repente, un ángel”, del finalista, Jaime Bayly.
Aunque la venta de libros puerta a puerta que inventó en 1952 el editor andaluz afincado en Barcelona, José Manuel Lara, quizás recuperará los 600.000 euros que recibió Janer y los 150.000 de Bayly.
Lara, antiguo legionario y franquista, creó un ejército de vendedores a plazos que iban rellenando con sus enciclopedias y premios anuales las estanterías de los pisos que durante el desarrollismo se construían en España.
Así creó el imperio Planeta, que controla periódicos y televisiones. Pero a su muerte, la empresa se sometió a la hábil mutación que le permitió a la burguesía catalana pasar del franquismo al nacionalismo: la editorial añadió ya su firma al proyecto de estatuto secesionista que abanderan los independentistas.
Sic transit gloria mundi. Todo, transitorio: las ideologías, los premios Planeta. Se analiza la lista de sus 53 ganadores y otros tantos finalistas y se descubre que muy pocos pasarán a la historia de la Literatura.
La mayoría son nombres hoy olvidados, y los conocidos ya lo eran antes de obtener el galardón: Matute, Sénder, Semprún, Marsé, Vázquez Montalbán, Torrente Ballester, Cela, Vargas Llosa, Muñoz Molina y poco más.
La jurado Rosa Regás, directora de la Biblioteca Nacional, y tan crítica con los galardonados de este año, también había ganado el Planeta en 2001 con una novela abominable.
Octavio Paz la consideraba “la peor novelista del planeta”, pero repetía el grito de la gauche divine que la hizo famosa, y no por su literatura, en el divertido Bocaccio, Barcelona, años 1960: “¡Rosa Regás, Rosa Regás, qué buena estás!”.
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