Están volviendo del Caribe, de los huracanes tropicales, y cuando llegan a Barajas, muchos turistas españoles besan el suelo como los soldados que sobrevivieron con Cortés la tremenda conquista de México.
Sus familias, qué gemidos de emoción. Qué dramas. Los recién resucitados y las almas en pena de quienes los esperan se funden agónicamente. Sienten la tentación de destrozar las oficinas de los operadores de viajes, de ser más implacables con ellas que Wilma, Stan, Katrina o cualquier otro ciclón que hubiera actuado sobre aquellos mundos cálidos.
Todos los turistas sobrevivieron, no pasaron graves peligros, pero nos estafaron, dicen muchos de los que habían pagado mil euros por billete de ida y vuelta y la estancia de una semana en el paraíso del Caribe.
¡Estuvimos, aislados, entre grandes ráfagas de viento y lluvia, pasándolo muy mal, qué desastre de vacaciones!. Más de un matrimonio en luna de miel se rompió porque ella o él comprobaron en los momentos difíciles la insolidaridad y el egoísmo de su pareja. Piensan que con tanto avance científico estas contingencias atmosféricas tenían que estar controladas, que estamos en el siglo XXI y que el Yucatán es una zona turística que tendría que ser apacible como Marbella.
Pobres turistas, cuánto sufrieron contagiándose la angustia y el enfado ante aquel espectacular fenómeno meteorológico que les estropeó las vacaciones
Pobres turistas, sí, porque vivieron los momentos más grandiosos con los que nos regala la naturaleza y no supieron estremecerse ante su inmensidad.
Asistieron al mayor choque de ejércitos terráqueos, a la escalofriante Gran Guerra de los elementos, y muy pocos supieron contemplarla.
¡Qué majestuosa, qué hermosa es la aventura en esos momentos, con hambre, con sed, con inseguridad, frente al cielo y la tierra, primitiva y salvaje!.
Pobres turistas, que no supieron que vivir aquello vale toda una vida. Fueron a una península que, a pocos metros de las zonas turísticas, está aún como antes de la Conquista, con pueblos adoradores del maíz y viejos ritos que pueden producir miedo, miedo a lo bárbaro y a lo sobrenatural. Mayor temor, pero también mayor asombro y admiración, que cualquier huracán o terremoto.
Se ve que esa mezcla de aventura inesperada, la grandiosidad de la naturaleza feroz, y el misterio que transmiten algunos humanos de viejas razas aún poco conocidas, no puede apreciarse cuando se va a tomar el sol por mil euros.
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