La historia está cargada de líderes irresponsables, pero encantadores, que destruyen sus países con sonrisas, promesas y gestos afables: recordemos a los dictadores populistas latinoamericanos que embrujan a pueblos enteros.
Nerón era campechano, seguidor del filósofo Séneca, su maestro y tutor. Adolescente aún cuando fue entronizado emperador, tras 14 años de irresponsabilidades y genialidades, con solo 31, tuvo que suicidarse para que no lo suicidaran como hizo él con Séneca.
El rey inglés Enrique VIII fue otro irresponsable, especialmente con sus mujeres. Era guapo, excelente poeta y músico, autor de la bellísima canción del folclore inglés, Greensleeves.
Fernando VII, fue el rey español más campechano. “El Deseado”. Su pueblo le aplaudió cuando destronó a su padre, Carlos IV, apoyándose en el odio popular hacia Godoy.
Era mentiroso, cobarde y fantoche, un insensato malicioso, pero parecía una persona adorable. Se entregó a Napoleón mientras el pueblo español, con ayuda inglesa, moría con su nombre en la boca combatiendo al francés. Traidor a la Constitución liberal de 1812, sus súbditos gritaban ante él “Vivan las caenas”.
Es una triste realidad: con excesiva frecuencia el pueblo ama a líderes irresponsables sin imaginarse que lo están llevando a la destrucción.
Las sociedades son demolidas regularmente por dirigentes así, cuya insensatez y falta de sentido de Estado provoca ruina. Su cobardía atrae a veces la guerra y la muerte. Demagogos que prenden fuegos incontrolables y que después culpan, como Nerón, a los inocentes.
Son tipos que desmantelan las instituciones que garantizan la supervivencia social para contentar su ego, su inesperado éxito, y los egoísmos de sus camarillas de aduladores, validos, parásitos y vampiros.
Hay líderes ignorantes, asustadizos, insensatos y maliciosos, pero aparentemente adorables y seductores.
Perecen el Flautista de Hamelin, pero solo son peligrosos niños repelentes que tocan la flauta para ahogar el pueblo en el río, diciendo que son una camada de ratas.
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