Aparte de los geniales artilugios del doctor Franz Copenhague, que en realidad era español y los divulgaba el TBO, aquí se inventaron el Quijote, los Tercios de Flandes, Don Juan, las canicas, la guerrilla, Picasso, la Movida y el grito de “¡Al loro!”, del viejo profesor Tierno, para ponerse ciego.
España también inventó la educación sin educación, las escuelas e institutos en los que no hay que estudiar, ni falta que hace, basadas en un lejano antecedente universitario estadounidense que doctora a jugadores de baloncesto analfabetos. Aunque España, siempre plus ultra, democratiza el concepto y da títulos a todos sin necesidad de ser altos ni de practicar deporte.
Solo este país es capaz de inventar armas que no son armas, como los barcos de guerra que se le venden al venezolano Hugo Chávez, pero que no son de guerra, y solo España puede reinventarse como nación de naciones, que es como ser un pollo asado relleno de pollos asados para alimentar políticos estilo Carpanta, también del TBO.
La nación de naciones, sumada a la paz perpetua y universal es lo más grande e ingenioso que puedan ingeniar Zipi y Zape, conocidos proyectistas, naturalmente, del TBO.
Solo puede rivalizar con ellos el invento de Mercedes Gallizo, directora general de Prisiones, que dice que las cárceles no sirven para nada y que los presos encerrados ni aprenden ni se corrigen. Quiere soltar a muchos amonestándolos previamente.
Desde que el mundo existe, cuando se comenzó castigando a los transgresores Adán y Eva, a nadie se le había ocurrido idea tan genial: el delito no debe ser sancionado, sino comprendido, aunque levemente afeado.
Es un orgullo que este concepto revolucionario pueda presentarse como otra de las aportaciones españolas a la civilización mundial: como el TBO.
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