En Holanda, ejemplo seguido por España para impulsar los matrimonios homosexuales, acaba de legalizarse una unión poligámica, y no de musulmanes asiáticos o africanos, sino de agnósticos europeos.
Victor de Bruijn, de 46 años, vecino de Roosendaal, entre Rótterdam y la belga Amberes, se casó con sus dos novias, Bianca, de 31, y Mirjam, de 35, que también eran novias entre ellas. La unión, sin ser nominalmente matrimonio, es legal a todos los efectos.
Los miembros del trío dicen que se aman y ya preparan la eventualidad de que, si alguno de ellos falleciera, los otros dos tuvieran pensiones íntegras de viudedad.
Sus abogados creen en ese doble derecho a las ayudas sociales, lo que convierte la poligamia en un gran negocio. Un español recién casado con un moribundo gay va a recibir pensión de viudedad de por vida, mientras millares de las tradicionales viudas, dependientes económicamente de quien fue su marido, carecen de ella.
El caso holandés trasladado a España debe verse desde la afirmación de ZP de que es fascista juzgar el amor entre personas. Declaración para matrimonios gay, pero extensible a tríos o a sextetos: nadie puede negar la existencia de amor entre Victor, Bianca y Mirjan.
El Gobierno debería, pues, legalizar los matrimonios poligámicos. Porque hay mucha poligamia oculta sufriendo graves crisis socioculturales provocadas por leyes retrógradas, según dice la influyente American Civil Liberties Union, ACLU, que lucha por el reconocimiento de la poligamia en EE.UU.
Todos los hábitos aprobados social o al menos legalmente se sabe donde empiezan, pero no cómo acaban: la poderosa ACLU protagoniza ahora otra campaña liberalizadora porque, aceptado que todo amor es un derecho natural, defiende legalizar las relaciones homosexuales entre niños y adultos, como quiere la NAMBLA, North American Man-Boy Love Association
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