Al contrario que sus antepasados, que dirigían la política nacional, el rey Juan Carlos se limita a apoyar las iniciativas del gobierno de turno, aunque sean tan sorprendentes como la Alianza de Civilizaciones de José Luís Rodríguez Zapatero.
Alianza imposible, porque Occidente es racionalista y el islam dominante no razona, sino que sigue los designios de Alá para imponer una fe sumamente alejada de los derechos humanos que inspiran nuestras leyes.
Sabiendo esto, el Rey muestra una gran lealtad hacia ZP al apoyarle en ese proyecto que aprobarán políticos y burócratas oportunistas de la ONU, pero que consideran baladí los países serios, aunque diplomáticamente digan que es “bastante interesante”.
Al dar ese sostén, el Rey expone su prestigio internacional: todavía se recuerdan entre sonrisas los místicos planes similares de Gadafi, de los presidentes mexicanos del PRI o de los No Alineados, regidos por Yugoslavia, Argelia y la India. Puro tercermundismo.
El Rey acaba de decir que la política española la dirige el Gobierno y que él siempre la apoya. Lo que debe de ser, pero tampoco hay que abusar de esa lealtad real. Porque los jefes de gobierno pasan, pero la Monarquía debe quedar indemne de los caprichos de cada uno de ellos.
Aznar ninguneó en numerosas ocasiones al Rey en las que éste tenía que haber sido protagonista. Justificaba su grosería diciendo que era para no comprometerlo. En buena hora no lo metió en la foto de las Azores.
Zapatero, usa subrepticiamente la lealtad del Rey haciéndole avalar un proyecto que solo servirá para alimentar una nueva burocracia de pancistas internacionales, corifeos que presentarán como estadista mundial a un político incauto y bastante temerario que nunca había salido de León y de Madrid antes de ser presidente del Gobierno de España.
Comentarios
Puedes seguir esta conversación suscribiéndote a la fuente de comentarios de esta entrada.