En sus discursos ante organismos internacionales como la ONU, los expresidentes Suárez, Calvo Sotelo, Felipe González y Aznar presentaban España como un país homologable con los demás occidentales, y no como unidad de destino en lo fantasmal.
La semana pasada, en Nueva York, José Luís Rodríguez Zapatero cambió esa imagen: ante un auditorio casi vacío, resucitó la España visionaria como profeta ungido con óleos, como sumo sacerdote elegido para salvar a la especie humana.
No se expresó como jefe de un gobierno durante cuatro años, sino como un mesías atemporal con misión redentora: a través de mí el pueblo español le abrirá al mundo nuevos caminos de paz y de justicia.
Presentó esa fe, su Alianza de Civilizaciones, proponiendo erradicar el hambre del planeta en una sola generación. Bill Clinton, que presentaba propuestas más moderadas y comedidas con su Foro Mundial por la Paz, debió quedar chafado, hundido.
Como socio protector ZP tiene a quien le negó la mano a la Reina Sofía por ser mujer, Mohamed Jatami. Y a otros defensores de derechos humanos y de la igualdad de sexos que ahorcan homosexuales. Pero ZP conseguirá casarlos, incluso.
El presidente ofrecía su proyecto insistentemente en nombre del pueblo español, ¡el pueblo español!, representando su voluntad unánime, y recordaba la gracia de Dios que se arrogaba patrióticamente el régimen anterior.
De un Aznar duro, occidentalista, chuleta y pro-Bush, aunque no ungido, se ha pasado a un ungido visionario, ZP, un mesías al estilo del primer Gadafi, o del actual Chávez.
Aunque, afortunadamente, todo el mundo sabe que España es un país poco serio y eso nos salva: España es tarambana como las veletas, preñada de místicos fundadores como Zapatero. Aceptémoslo: España es poco fiable, pero muy profunda y olé.
¡Ea, a rellenar telediarios!.
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