Esos chicos que desfilan por las pasarelas de moda de Madrid, Barcelona, Milán, París o Nueva York: van depilados y contonean el trasero como las modelos antiguas, que eran más femeninas y menos patizambas que las actuales.
Corsés hasta las tetillas y tangas que aparecen bajo las falditas y los hot pants, pantaloncitos calientes. Bolsos manejados con gesto desvaído y presuntuoso: hombres que podrían parecer señoritas pero que resultan efebos. Reino de lo andrógino.
Traseritos garbosos, tamizados con breves braguitas de puntillas; los diminutivos de las prendas sirven para expresar lo pizpiretos y adorables que pueden resultar también los hombres aparentemente vestidos de coquetas quinceañeras.
Pero estos chicos modelos no pretenden ser Lolita, que juega con el Humbert Humbert de Nabokov, sino Tadzio, el adolescente polaco al que seguía Von Aschenbach de Muerte en Venecia, de Thomas Mann, llevado al cine por Luchino Visconti.
Hay desfiles de hombres a la antigua, sí, pero cada día menos. Incluso está pasando de moda la amalgama chico-chica sin pérdida de virilidad que es el hombre metrosexual.
La tendencia que imponen los modistos más sensibles ha salido definitivamente del armario y se recrea jugando con la pederastia: aniñan con ropas de adolescentes a unos señores que podrían llevar barbas como las de Bin Laden.
Así descubrimos que esos modistos, en realidad, odian las curvas de las mujeres, porque son tejidos adiposos, no músculo tallado. Por eso, les quitan las formas y las presentan como seres anoréxicos. Son modistos atraídos solamente por las prietas asentaderas de sus chicos hermafroditas.
En este punto se descubre que los modelos no tratan de impresionar a las chicas, algo reaccionario y hasta de mala crianza en los tiempos que corren, sino que se les insinúan a otros chicos, a los que se unirán de diferentes maneras, incluyendo el matrimonio, porque para eso está, previsora, la moda de la ley, la ley de moda y la ley de la moda.
Comentarios