Se denuncia que parte de las informaciones difundidas por numerosos medios de información son falsedades extraídas de la red (fake news) que someten a los votantes a manipulaciones que inciden en sus decisiones electorales.
Es lo que asusta a la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, que propone limitar la libertad informativa en España tras el cúmulo de noticias sobre irregularidades de varios ministros de Pedro Sánchez.
Esas informaciones, que han obligado a dimitir a dos ministros y tienen al menos a otros dos bajo sospecha, son explotadas por sus mayores rivales, Ciudadanos y el PP, ahora liberado del problema del dudoso Máster de su presidente, Pablo Casado.
Es el choque ideológico entre la izquierda y el centro y la derecha cuyos intereses mezclan también verdades con manipulaciones.
Esa mixtura hábilmente empleada provocó la caída de Mariano Rajoy, acusado desde el PSOE y Podemos, aunque también por Ciudadanos, de ocultar los delitos de dos exalcaldes populares de las afueras de Madrid, según sugerencia, que no prueba, de un fallo judicial.
El fenómeno está universalizado. No es cosa de España, solo. Ocurre en toda Europa y ahora en EE.UU. con el apasionante caso de Brett Kavanaugh, nominado por Donald Trump para juez del Tribunal Supremo, cuerpo de nueve magistrados perpetuos, garantes de la Constitución y las leyes del país, que deben ser ratificados por el Senado.
Acusado ahora sin pruebas pero muy emocionalmente por una militante demócrata y de #MeToo de agresión sexual cuando él tenía 17 años, los senadores demócratas rechazan indignados su nombramiento.
Pero tiene la ayuda, también emotiva, de otra mujer, Juanita Broaddrick, que acusó al demócrata Bill Clinton de violarla 15 años antes de ser presidente. Los demócratas la acusaron de embustera, y los republicanos la apoyaron entusiásticamente.
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