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viernes, 19 enero 2018

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Inmersos como estamos en buenismo pueril, cualquier gesto o medida tendente a reconducir conductas y proteger a la sociedad de tarados, violentos y viciosos, es tomado como una venganza reprobable.

Cierto que la prisión, además de castigar, pretende reinsertar al delincuente REINSERTABLE. Porque algunos no lo son, y volverían a hacer daño si los dejaran salir. Como de hecho ocurre.

Habrá que empezar por pedir que se cumplan las penas impuestas. Porque no es normal que un delincuente condenado a 20 años, esté paseando por la calle 5 o 6 años después.

Después viene la duda razonable de si un tipo que hace picadillo con una sierra a sus dos hijitas está en su sano juicio y no debería estar encerrado en un manicomio. A menos que algún santo milagrero le cure la locura.

And last but not least, parece razonable que intentemos protegernos de los asesinos recalcitrantes, y que pensemos en las víctimas reales o potenciales antes que en el depredador compulsivo. Porque, en contra de lo que dicen los pánfilos buenistas, no todo el mundo es recuperable para la normalidad y la seguridad.

La corrección, la apertura de mente, la tolerancia, la bondad son altamente deseables, mientras no se vuelvan contra nosotros mismos y nuestra seguridad. Si delinquir sale gratis, es indudable que estaremos potenciando el delito. Por ello nos sumamos sin titubeos a la PPR, esa prisión permanente revisable, que no es perpetua, a menos que el preso sea un caso perdido irresoluble. O sea, un peligro público.

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