Acaba de celebrarse en Pozuelo, al lado de Madrid, el multitudinario funeral por Diana Quer, con asistencia de sus padres, los de Mary Luz Cortés y Marta del Castillo, la madre de dos niños acuchillados y quemados por su padre, José Bretón, y Rocío Viétez, madre de las dos niñas descuartizadas con una sierra radial por su padre David Oubel.
Monstruos: violadores como el de Diana, pederastas como el de Mary Luz, sádicos odiantes como Bretón, o depravados como Oubel, que mató troceando a sus hijas para demostrarle a su amante homosexual la pasión que sentía por él.
Las familias, la de Marta sin haber recuperado aún su cadáver, enviaban un mensaje a los españoles para pedirles que impidan que todos los partidos, con excepción del PP y dos regionalistas --y con la decepcionante abstención de Ciudadanos--, deroguen la prisión permanente revisable, en vigor desde 2015.
Pena sólo para casos excepcionalmente graves como genocidio, el homicidio del Rey o su heredero, de jefes de Estado extranjeros, asesinatos en serie, los cometidos desde una organización criminal, y contra menores de 16 años o personas especialmente vulnerables como las discapacitadas.
La cadena perpetua existe en casi todo el mundo civilizado, pero la española es revisable tras el cumplimiento de 25 a 35 años, por si es posible la reinserción social consagrada constitucionalmente sin otro condicionante, porque tras el franquismo los constituyentes eran roussonianos: “todo el mundo es bueno”.
La eliminación de la pena de muerte en casi todo occidente, aunque fue sobre todo para evitar ejecuciones tras errores judiciales, se aprobó a cambio de la cadena perpetua para los peores criminales.
Pero en España y aún con la permanente revisable, hasta Adolf Hitler sería libre jurando estar arrepentido antes de 35 años.
La cadena perpetua es la condena más justa para los monstruos, aunque aparenten ser recuperables, como Stalin, cuando poco antes de morir rezaba para ser perdonado. Es lo que primero debe incluirse en la reforma de la Constitución.
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Inmersos como estamos en buenismo pueril, cualquier gesto o medida tendente a reconducir conductas y proteger a la sociedad de tarados, violentos y viciosos, es tomado como una venganza reprobable.
Cierto que la prisión, además de castigar, pretende reinsertar al delincuente REINSERTABLE. Porque algunos no lo son, y volverían a hacer daño si los dejaran salir. Como de hecho ocurre.
Habrá que empezar por pedir que se cumplan las penas impuestas. Porque no es normal que un delincuente condenado a 20 años, esté paseando por la calle 5 o 6 años después.
Después viene la duda razonable de si un tipo que hace picadillo con una sierra a sus dos hijitas está en su sano juicio y no debería estar encerrado en un manicomio. A menos que algún santo milagrero le cure la locura.
And last but not least, parece razonable que intentemos protegernos de los asesinos recalcitrantes, y que pensemos en las víctimas reales o potenciales antes que en el depredador compulsivo. Porque, en contra de lo que dicen los pánfilos buenistas, no todo el mundo es recuperable para la normalidad y la seguridad.
La corrección, la apertura de mente, la tolerancia, la bondad son altamente deseables, mientras no se vuelvan contra nosotros mismos y nuestra seguridad. Si delinquir sale gratis, es indudable que estaremos potenciando el delito. Por ello nos sumamos sin titubeos a la PPR, esa prisión permanente revisable, que no es perpetua, a menos que el preso sea un caso perdido irresoluble. O sea, un peligro público.
Publicado por: MIRANDA | viernes, 19 enero 2018 en 18:02