Quien observe los medios de comunicación catalanes, en papel y electrónicos, descubrirá un sordo resentimiento que alimenta el independentismo.
Lo hace notar uno de sus analistas más notables, Joan Tapia, que fue director de La Vanguardia en sus años gloriosos 1987-2000.
Contra lo que opinan otros, cree que el independentismo no es una conspiración de Artur Mas, ni nace por la crisis económica, ni por el “lavado de cerebro” de TV-3, ni por el trato fiscal, ni por España “Estado opresor”, ni por querer españolizar a los niños catalanes, como pidió el exministro Wert.
Aunque se calla siempre, y Tapia también, que Wert añadió que “había que catalanizar a los demás niños españoles”.
Cree Tapia que la “legitimidad” del actual independentismo surge tras la sentencia del Constitucional del 2010 respecto al Estatuto votado cuatro años antes en un referéndum que acortó los poderes casi independentistas de la Generalidad.
Esa es la visión mayoritaria del catalanismo biempensante, incluso entre quienes rechazan el independentismo incluyendo a los socialistas.
Pero hay algo que esta gente no ve y sí algunos analistas desde fuera de Cataluña: las élites catalanistas que pastorean la opinión pública están resentidas porque ya no son los número uno en economía, creatividad y peso social frente al resto de la España que antes los envidiaba.
Desde el franquismo y la pérdida de sus casi monopolios culturales e industriales, Cataluña ha ido perdiendo peso relativo en el resto de España
Hasta sus universidades, aun estando entre las mejores, ven como las de pequeñas ciudades como Granada, Santiago o Valladolid publican artículos científicos de gran calidad que antes sólo eran suyos o de Madrid.
Barcelona ya no es la Ilustración contagiada desde la cercana Francia; ahora la Ilustración llega al pueblo más aislado, que deja de estarlo si tiene internet.
La pérdida de preponderancia hace que esa burguesía resentida, aliada a la ultraizquierda más reaccionaria, quiera antes ser gatito quejumbroso que corazón, pulmones o músculos de tigre.
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Hay algo que no se ha indicado en este post, y que creo que es relevante: el apartheid lingüístico practicado por la Gene desde hace 30 años.
En las universidades catalanas el uso diario del catalán es obligatorio en todas las clases, y todos, salvo los catedráticos más asentados, pasan por ese aro. Esa práctica es una barrera fuerte a la entrada de talentos de todo el resto de España, desincentivándolos de venir a vivir a, en concreto, Barcelona ciudad. De manera que, si desean investigar (y en España la investigación es pública), se deben buscar las habichuelas en cualquier otra Universidad. De esto salen beneficiadas las universidades del resto de España, sin desmerecer otros incentivos y atractivos que puedan tener.
Pero en Catetonia directamente se bloquea la adquisición de talento. Así nos va.
Publicado por: jam, bcn | lunes, 04 septiembre 2017 en 17:37