Los expertos en comunicación señalan la importancia de la buena presencia en los líderes políticos y recuerdan el debate televisado de 1960 por la presidencia de EE.UU., en el que aparecían el sudoroso y desaliñado vicepresidente republicano Richard Nixon, y el senador demócrata John F. Kennedy, que lo derrotó con su figura fresca y elegante.
Desde hace 56 años muchos políticos imitan a Kennedy, aunque en España aparecen personajes astrosos, como Pablo Manuel Iglesias, cuyo éxito se debe a que imita al Cristo de la iconografía católica; por eso sus seguidores son creyentes conversos, gente de fe.
El Rey de España, Felipe VI, que cumplirá 49 años el 30 de enero, está en la sazón perfecta de los jefes de Estado jóvenes y veteranos a la vez que recuerdan a Kennedy, entonces algo más joven, 43.
Los estadounidenses son electos, pero como las otras nueve monarquías europeas a las que no les va nada mal, Felipe VI es Rey por herencia; su magistratura es simbólica y ahora trata de ganarse la autoridad moral.
Está consiguiéndola: sus mensajes, como el de Nochebuena, tienen una carga política que satisface a la mayoría constitucionalista, aunque moleste a las minorías republicana, ultraizquierdista y nacionalista; pero, recordemos, la Constitución es monárquica.
El mensaje de este año mostró que, como los buenos vinos, Felipe VI está ganando buqué con la edad, tanto en las formas como en la calidad expositiva.
Sobrio, elegante, sin los gallitos de su juventud, con mirada fija, convencido de su papel constitucional, su único defecto radica en sus dientes caninos inferiores, feos, picudos y desiguales, que desvían, y mucho, la atención de su bien construido discurso.
Cuando se los pulan y blanqueen será el jefe de Estado con mayor prestancia del planeta.
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