Nadie ama más al toro que nosotros, dicen los toreros, y Pedro Sánchez ha repetido la frase aplicándosela al PSOE, pero son amores que matan.
El secretario general socialista expulsado hace un mes anuncia que luchará por volver al cargo, que es advertir que tornará con el verduguillo con el que los malos toreros rematan a los toros agonizantes.
El cronista nunca fue a los toros, pero sabe que el lenguaje de sus ritos simboliza el drama de la vida y de la muerte humanas, y que son también aplicables a los partidos políticos.
Este torero bonito, pero bronco y chulesco, que fue incapaz de torear con la espada, este “Pedro El Guapo”, que dirían los carteles taurinos, no soporta la humillación de su derrota.
Lo depusieron por imitar a los podemitas, por dejarse humillar por ellos y aun así, en su ambición por ser expresidente de gobierno, les pidió matrimonio y quería pactar con los independentistas presentándose como triunfador tras seis derrotas electorales consecutivas, a cual peor.
Quiere volver manipulando a los militantes más viscerales del partido, los de cabeza calenturienta, para vengarse destruyendo el concepto socialdemócrata que refundó Felipe González: él prefiere ser antisistema.
Anuncia su vuelta aprovechando la decreciente formación ideológica y cultural de las izquierdas. Quiere cortarle la médula espinal al PSOE, como el verduguillo al toro que no quiere morir.
Los patricios del Partido esperan recuperar al animal herido para convertirlo en semental, dada su nobleza, pero él, como el peor machista, grita “Lo mato porque es mío”.
Tiene fans, como Jesulín, el torero para chicas de mínimo seso que le tiraban sus bragas.
Tratará de clavar su cuchillo cachicuerno, pero quizás el toro todavía vivo se revuelva, lo empitone, y el muerto sea él.
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