Francia pedirá la cancelación de las conversaciones del tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos, que deberían haberse culminado a finales de este año con el mandato de su principal impulsor, Barack Obama.
La claudicación ha sido un triunfo indirecto de Marine Le Pen en Francia, en EE.UU. de Donald Trump, en Rusia de Vladimir Putin, en España de Unidos Podemos, y de todos quienes desean la decadencia de Europa y del diabólico EE.UU., como grita el DAESH atribuyéndole a Alá haber soplado sobre París.
Ese acuerdo transatlántico de comercio e inversiones (TTIP en sus siglas en inglés), habrían representado un crecimiento anual del 0,5% del PIB europeo, y seguramente mayor del español.
Según un informe divulgado en mayo por la Comisión Europea, las exportaciones europeas crecerían el 8,2% y del 7,4% de las importaciones, mientras que el aumento de las exportaciones de la UE a Estados Unidos sería del 27% y de Estados Unidos a la UE del 35,7%.
La Comisión desmintió además que Europa reduciría sus controles sanitarios para permitir la importación de alimentos estadounidenses con hormonas o antibióticos, idea falsa divulgada por los enemigos del comercio libre.
El progreso y la riqueza de los pueblos nace de la libertad comercial, mientras que el proteccionismo empobrece, aunque enriquece a quienes se quedan como monopolistas del consumo necesario.
La España autártica de la postguerra civil era miserable, llena de vacas tuberculosas y productos-basura carosa, pero nacionales, lo que daba protección a esos monopolistas que se enriquecían explotando a la población.
Sólo una leve apertura de fronteras y la reducción de algunos aranceles propulsó el país en los años 1960 hacia el progreso; a más apertura, mayor riqueza.
Con altibajos, siempre mejorando, el mañana podría haber sido mejor, pero no.
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