Mucha gente recuerda aún las “casillas de consumos” que había en las entradas a los pueblos, donde los agricultores de zonas cercanas pagaban onerosos arbitrios para poder vender sus productos en puestos callejeros, porque ni siquiera había mercados.
Era el que ahora se llama comercio de proximidad, que es un lujo, igual que hacerse un traje o unos zapatos a medida, algo que entonces existía en aquellos pueblos plagados de artesanos a los que sólo accedían los ricos: quienes no podían pagarse aquellas producciones locales, la mayoría, vestían y calzaban remiendos.
Sastres y zapateros tuvieron que reciclarse al cambiar los sistemas de producción, como todos tenemos que hacerlo ahora ante la nueva sociedad globalizada.
El comercio libre enriquece. La desaparición de los “consumos” propició el comercio y la creciente prosperidad local, luego comarcal, provincial, regional, nacional.
E internacional, parcialmente culminada con el Mercado Común que llegó a la actual UE que, aunque temblorosa, puede crear una unión financiera, política y social.
Los beneficios del comercio que nos han elevado desde los andrajos y la miseria a una riqueza relativa pueden ser mayores con el Acuerdo Trasatlántico sobre Comercio e Inversiones (TTIP, siglas en inglés).
Pero se le oponen quienes lo hacían al Mercado Común cuando nacía: las izquierdas dogmáticas y los localismos autárquicos, los cobradores, los “casilleros de consumos”.
A más comercio, a más intercambio, más riqueza. Y si hay diferencias de criterios sobre bienes y servicios entre los bloques negociadores, básicamente la UE y EE.UU., se pactan las mejores soluciones para todos.
Hasta las grandes socialdemocracias europeas apoyan el TTIP porque es un motor de la prosperidad.
Quienes luchan contra el TTIP, que defendían como superior el miserable COMECON soviético, rival comunista del Mercado Común, alegan que el enriquecedor libre comercio es un peligro.
Sólo las ultraizquierdas enemigas del progreso y las ultraderechas nacionalistas se oponen a este paso adelante, que llevará también al mundo más pobre el bienestar que necesita.
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¿Y por qué será el secretismo con que están gestionando el TTIP sus creadores, por qué su ocultación, que no se puedan hacer copias y darlas al público?
Esto no tiene que ver con izquierdas ni derechas. Tiene que ver con seguridad de las personas, con garantías y con salud. Se trata de exportar a Europa la manga ancha de los EEUU y su tolerancia respecto a productos químicos y farmacéuticos, y que el control de los mismos no lo hagan entidades independientes sino "agencias" de los mismks productores. Así tendríamos a científicos de Monsanto certificsndo la inocuidad de los venenos de la propia Monsanto.
Se trataría también de que los conflictos laborales no fuesen resueltos por tribunales independientes, sino por instituciones de mediación manejadas por las empresas, especie de "defensor del trabajador"... de dentro de la propia empresa.
Todo esto, como se ve, no tiene nada que ver con extremas izquierdas o extremas derechas. Tiene que ver con beneficios económicos y con echar abajo las garantías jurídicas desarrolladas por la Humanidad a lo largo de siglos, desde la Revolución Industrial a nuestros días. Se trata de acabar con una concepción garantista de la Sociedad y convertirla en una sumisa masa de obedientes súbditos, subordinados a los intereses empresariales. Ni más ni menos. Por eso el secretismo. Por eso no quieren que se sepa, aunque ya se está desvelando la maniobra.
Publicado por: Edurne | miércoles, 01 junio 2016 en 10:15