Entre los cientos de miles de refugiados provocados por el terror y la muerte de las guerras islamistas en Siria e Irak, el enloquecido Estado Islámico asegura que ya tiene infiltrados en Europa a 4.000 terroristas, yihadistas durmientes que atacarán a sus bienhechores cuando se les ordene.
A los refugiados nadie les pregunta nada más allá que lo necesario para inscribirlos como receptores de subsidios y viviendas.
No hay interrogatorios ni siquiera cándidos como, por ejemplo, las que debe responder quien viaja como turista a EE.UU.
¿Tiene alguna enfermedad contagiosa; alguna afección física o mental; o es usted drogadicto?, ¿Ha sido alguna vez arrestado o condenado?, ¿Ha estado o está implicado en actividades de espionaje o sabotaje; o terrorismo, genocidios, o con el nazismo?
El cuestionario estadounidense tiene más preguntas de similar tenor, y aunque cualquier yihadista se haría el inocente, los expertos, con o sin ayuda de detectores de mentiras, podrían desenmascarar a muchos de ellos.
Los refugiados deberían responder a cuestiones como si están dispuestos a acatar y defender las leyes del país que los acoge, o si prefieren aplicar en su entorno o desean que se aplique la sharia, la brutal y medieval ley islámica
Debería saberse si creen que los apóstatas merecen la pena de muerte –el 70% de los musulmanes en sus países de origen responden que sí--, qué defienden ante los crímenes de honor, o cómo deben ser tratados los homosexuales o las mujeres adúlteras.
Hay muchas preguntas que un refugiado debe responder y, caso de aceptar las leyes del país de acogida, tiene que comprometerse a defenderlas en su entorno social.
Debe evitarse que creen nuevas dictaduras medievales, como hay ya en áreas con elevadas poblaciones islámicas, incapaces de integrarse en la sociedad humanista que tantos siglos costó alcanzar, porque hasta la Ilustración nosotros éramos bastante parecidos.
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