Ante la sequía que sufren en el centro y sureste de España cabe preguntarse qué ocurrió con las desaladoras que José Luis Rodríguez Zapatero prometió como sustitutas del trasvase desde el río Ebro, que él canceló, y que debía regar la Comunidad Valenciana, Murcia y Almería.
Estos días se detecta la desesperación de los agricultores en dos grandes regiones españolas, junto con la declaración de una guerra del agua entre políticos socialistas por un trasvase obligado desde el río Tajo en Castilla-La Mancha, pese a la poca agua que tiene, hacia el seco río Segura, en la Comunidad Valenciana.
En 2004, cuando Zapatero, llegó a primer ministro, los presidentes de ambas regiones, el castellano-manchego Emiliano García-Page y el valenciano Joaquín Ximo Puig eran ya notables representantes del PSOE.
Y aceptaron la cancelación de las obras del trasvase del Ebro ordenada por su jefe para satisfacer las exigencias del separatista catalán ERC, parte del tripartito que gobernaba la Generalidad presidida por el socialnacionalista Maragall.
Ese trasvase pertenecía al Plan Hidrológico Nacional del PP, que ya era bastante menos ambicioso que otro anterior del ministro socialista Josep Borrel, y heredaba el proyecto socialista de la II República para el reparto solidario del agua por toda España.
Digámoselo a Zapatero: ahora no funciona ni la mitad de las 24 desaladoras prometidas, que producen menos de un octavo de lo que llevaría el trasvase del Ebro.
Zapatero: el precio del agua es casi prohibitivo por el coste de la energía, 1,1 euros el metro cúbico, cinco veces más que la del trasvase Tajo-Segura.
Zapatero: solamente la desaladora de Torrevieja, Alicante, necesita tanta energía como su población, 100.000 habitantes, aparte de la contaminación que genera ese consumo y la salmuera que desprende al mar.
Zapatero, Zapatero, ha dejado usted descalzo a este país en un desierto de pedruscos en punta y dice que Pedro Sánchez pondrá más desaladoras.
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