La rendición de Alexis Tsipras y Syriza ante la caja de caudales del capitalismo, la Troika, demuestra que nadie puede salirse de un sistema en el que los más listos son los prestamistas, y los menos los deudores a los que se les ponen duras condiciones si quieren dinero para sacarlos de la ruina.
O se hace una revolución para destruir troikas y matar a los ricos, como hicieron los soviets, o se acepta la inmutable ley de que quien crea riqueza y ahorra goza de mayor bienestar que quien es poco productivo y nada austero.
Unos cuantos trabajadores pueden unirse para negociar con el poderoso, e incluso para presionarlo declarándonos en huelga para evitar que nos explote demasiado, pero lo menos tonto que podemos hacer es llegar a un acuerdo con él que nos beneficie a todos.
Eso es lo que han hecho los socialdemócratas, socialcristianos y liberales europeos con los ricos empresarios y banqueros de todo el mundo.
Así, tras la creación de la primera Comunidad en 1951, la CECA, se ha traído la paz, la libertad y la prosperidad, con sus altibajos, a una Europa antes siempre en guerras.
La unión creó riqueza incluso para los de menor renta y formación, y ello porque las troikas contribuyeron a mejorar la productividad con créditos y libertad comercial.
Pero cuando reducimos la productividad y pedimos dinero, la Troika, (FMI, BCE y CE) ponen condiciones, como a Grecia: más IVA, gastar menos de lo que se genera y menos soldados y jubilados que no produjeron para su retiro.
Los ultraizquierdistas de Syriza no querían aceptarlo enviado chulos moteros modelo Varoufakis, y su referéndum no sirvió, ahora, a humillarse dándole una pavorosa lección sobre rendiciones a sus colegas poscomunistas-neofachas, en realidad falangistas, españoles.
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