Un científico español ha descubierto con su equipo del Instituto Salk en La Jolla, California, cómo manipular el DNA de unos embriones de ratones para eliminar unas 150 patologías que afectan al cerebro, corazón, músculos, riñones, ojos, oídos y, en general, casi todos los órganos de un ser vivo.
Ese éxito, uno más en su larga carrera de logros científicos, podría ser aplicable a los humanos, pero sólo tras años de ensayos.
En 1969, seis años antes de morir Franco, un niño de nueve dejaba la escuela para ayudar a su familia trabajando como pastor de ovejas y vendedor globos por las ferias cercanas a su pueblo de 30.000 habitantes, Hellín, Albacete.
Camarero, temporero de la almendra, así vivió, sin estudios hasta bien entrada la adolescencia Juan Carlos Izpisúa Belmonte, de 55 años ahora, y firme candidato al Nobel de Medicina que sólo recibieron dos españoles, en 1906 Ramón y Cajal, y Severo Ochoa en 1959.
Para cualquier observador de la capacidad de superación y evolución de las personas, Izpisúa Belmonte es más fascinante que sus propios descubrimientos en la élite de las élites científicas mundiales, el Instituto Salk, fundado por el sabio judío que descubrió la vacuna que salvó a cientos de millones de niños del polio.
Ya quinceañero, alguien detectó que Izpisúa era distinto a otros adolescentes. Le consiguió una beca y él ganó en un año todo lo perdido antes; y mucho más.
Estalló su genialidad volcánica que nos deja una lección: todos deben tener igualdad de oportunidades, pero la igualdad impuesta por los planes de estudios seudoprogresistas es reaccionaria.
Porque hay listos y tontos, sean pobres o ricos, y los listos no deben perder tiempo por culpa de los sistemas de estudios buenistas para españoles tontos, ricos o pobres.
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