Todos hemos visto las imágenes de grandes ceremonias anuales chiitas, la última y más importante el 12 de noviembre en Kerbala, Irak, en las que los fieles, incluyendo niños, se golpean con látigos terminados en cuchillas y cadenas y gimen de placer físico masoquista y dolor místico al desgarrarse y perder la sangre que les brota a borbotones y deja rojizos los caminos.
Maravilla esta ceremonia de la Ashura con la que millones de fieles recuerdan la muerte del imán Hussein, nieto de Mahoma, en una guerra por el control del islam en el año 680 DC, y que inició la guerra perenne entre chiitas y sunitas, como la de ahora.
El rito lo han extendido los chiitas por el mundo, y hasta los neoyorquinos han visto a decenas de ellos repetir la cruenta ceremonia cerca de Wall Street, donde alguno de los mártires opera como bróker.
Pero nadie debería asombrarse en España: aquí hay ceremonias parecidas --que quizás inspiraron a los musulmanes, mucho más tardíos que los cristianos--, aunque con menos sacrificados, como la de la Semana Santa de San Vicente de la Sonsierra, Rioja, donde una veintena de “picaos” se hacen llagas muy vistosas y sanguinolentas.
Una muestra de folclore, con quizás algo de fe, que por eso es Fiesta de Interés Turístico Nacional.
En Filipinas hay también católicos muy consagrados en Semana Santa: suelen crucificarse realmente hasta dos docenas de personas, aunque entre ellas sólo una o dos mujeres; sería precisa la ley de igualdad zapateril.
Las descienden antes de que puedan morir, pero después, y durante un año, les llaman Jesús y se sienten santificadas.
Con mayor secreto llevan cilicios y otros instrumentos personales de tortura algunos católicos que desean expiar pecados en secreto, pero sólo Dios sabe cuántos obran tal sacrificio que torna el masoquismo en beatitud.
Pecado, sangre, dolor, salvación: aunque el catolicismo ha reducido radicalmente las ceremonias cruentas, aún tiene sus santas ashuras.
Penitencias musulmanas masivas o reducidas católicas, debe aceptarse que estas ceremonias son espectáculos fascinantes, como los toros, en Oriente con mucha más fe y sangre, y aquí con muchos más euros y turistas.
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