Uno de los juramentos más solemnes de los ayatolás iraníes, el primero de ellos el imán Jomeini tras someter el país a su sangrienta dictadura religiosa en 1979, fue destruir Israel sin dejar piedra sobre piedra, voluntad que se mantiene tras hoy renunciar, al menos oficialmente, a construir bombas atómicas para ese fin.
Horas antes de llegar a ese compromiso por el que la teocracia chiita vuelve al Tratado de no Proliferación Nuclear para que se le levanten las sanciones financieras y comerciales, un jefe de la milicia Basij de la Guardia Revolucionaria, Mohammad Reza Naqdi, advertía que “la decisión de borrar Israel del mapa no es negociable ni se negocia”.
Es por eso que Israel se opone a que el acuerdo se limite sólo a que Irán prometa no fabricar bombas nucleares, sin garantizar no atacarlo con cualquier sistema de guerra o guerrilla.
Además, Israel no confía en los sistemas de comprobación de los acuerdos porque no cree en la palabra del régimen religioso, muy apegado a la “taqiyya”, la mentira piadosa y arte del engaño, esencial en el chiismo para lograr fácilmente los objetivos de la fe.
Es una tradición creada a partir de un versículo del Corán en la Sura de las Abejas, 16, 106, que tolera la mentira en quien “fue forzado, pero cuyo corazón está firme en la fe”.
En la interpretación de los ayatolás, junto a varios hadizes, o dichos de Mahoma según el compilador de esos dichos más seguido, Bujari, el engaño es un arma legítima para alcanzar los fines que ha marcado Alá.
La teocracia iraní, cuya misma existencia está al servicio de la religión, ha jurado que propiciará la desaparición de Israel: ¿Cómo no va a desconfiar de los acuerdos?
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