Un líder político es como un charlatán de feria capaz de convencer a su audiencia de que hará una gran inversión comprándole su producto, sea valioso o un chisme inútil.
Los charlatanes de feria y los políticos mezclan en distintas proporciones su talento natural con el entrenamiento argumental, variables según la experiencia.
Los mejores charlatanes españoles están en la Comunidad valenciana, tierra de los míticos Ramonet; el Parlamento actual carece de vendedores tan convincentes como ellos.
Felipe González fue el último Ramonet político. Los otros, malos aprendices, aunque están apareciendo dos debutantes que apuntan excelentes cualidades:
Albert Rivera, cofundador y líder de Ciutadans-Ciudadanos, y el líder de Podemos, el pequeño Pablo (Iglesias grande fue el fundador del PSOE).
Treintañeros ambos, unen su talento oratorio natural al entrenamiento, uno técnico y racionalista, otro de emotividad espiritual y poética, estilo José Antonio y Mao Zedong.
Rivera se ha formado posiblemente estudiando la “National Speech & Debate Association” estadounidense: estudiantes de secundaria y universitarios que concursan enfrentándose en el arte de razonar distintas ideas para convencer a sus contrincantes y a un auditorio heterogéneo. Son fábricas de notables políticos.
El pequeño Pablo es más un estudioso de la homilética, el arte de predicador para conmover. Sus seguidores son gente desengañada de creencias anteriores, místicos apocalípticos; no son racionalistas escépticos que buscan soluciones reales, como los seguidores de Rivera, sino masas encandiladas con promesas celestiales y las ilusiones terrenales.
Felipe González fue precursor de ambos. Aportaba tres cuartos del racionalismo de Rivera y un cuarto del pequeño Pablo, que es Papa de esa religión marxista-leninista-trotskista (quizás estalinista)-maoísta con aportes chavistas y falangistas, grandes armas para ilusionar a los necesitados de fe.
Olvidando los resultados del último CIS el cronista le propone a usted que se autoevalúe para encontrar en qué proporción es racionalista como Rivera o emotivo espiritualista como el pequeño Pablo.
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Felipe Gónzale no era un orador, no lo es. Entre otras cosas su acento y su dejadez lo hacen poco menos que ininteligible. Las carencias intelectuales minan el resto. En uno de esos monólogos con estudiantes, ojo a la diferencia, se enredaba y daba vueltas. Un estudiante le apremió: al tema! Felipe apuntó: este es el tema. Y es que el tema es hablar sin decir nada. Eso era Felipe González. Él sabía que los demás hablaban peor y por lo tanto si estaba 15 mínutos contando sus pajas mentales ganaba. Y así era cuando tenía a TVE a su servicio y a los demás medios comiendo del pesebre. En cuanto perdió ese control quedó como lo que es: nada.
Publicado por: Pato Dos | viernes, 06 febrero 2015 en 17:26