En la noche del jueves 9 de noviembre de 1989, hace ahora 25 años, se abría el muro de Berlín que tenía encarcelados a los alemanes del Este (RDA), que huían en masa del Paraíso del Proletariado a la corrupta libertad de la República Federal Alemana (RFA).
En este punto el cronista recuerda los últimos quince últimos años del franquismo, contra el que militó como tantos jóvenes de entonces, y también su vida en el mundo comunista como corresponsal durante casi cuatro años.
La temida Social, la policía franquista con torturadores como Billy el Niño, inspiraba muchísimo menos miedo que la Stasi de la RDA o que cualquier otra policía secreta comunista pasada, presente o futura.
Pese a su opresión el franquismo facilitó la salida emigrantes, que conocían así las democracias, la apertura comercial, y la turística –ay, las suecas con bikini--, que liberalizaron la beatona sociología del país.
Hay dos clases de muros: los que no dejan entrar y los que no dejan salir. No pueden equipararse. Unos son las puertas que protegen una casa, otros son las rejas de una prisión.
Las dictaduras comunistas siempre ponen muros a la salida, físicos, cárceles y murallas, o burocráticos.
Ahora mismo, en Venezuela asistimos a la creación de un muro de cárceles y burocrático para impedir la huida de ciudadanos comunes, como antes hicieron los Castro en Cuba.
Mientras, los chinos abren sus puertas porque están en su tardomaoísmo, que los enriquece pese a la dictadura política; como el franquismo, quizás caiga algún día o transforme su comunismoen el viejo confucionismo.
Pero aquí en España están ahora los marxoleninistas-chavistas de Podemos. Con apoyo de medio país que añora una dictadura, que será mucho peor y empobrecedora que la franquista, y tan similar a la de la RDA, que nos encerrará tras un muro y en la miseria.
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