La tercera ceremonia de toma de posesión desde 2000 como presidente sirio de Bashar al-Asad en Damasco mostró que el brutal dictador respeta, al menos, distintas conductas y culturas del país, una de ellas la de las mujeres sin velos, revolucionaria respuesta al machismo islámico.
Mientras sigue la guerra civil iniciada a principios de 2011, consecuencia de las primaveras árabes, algunos sirios exiliados en España de la terrible dictadura de Al-Asad, o de la que comenzó su padre en 1971, reconocen que ahora ya no son unos opositores tan convencidos como antes al régimen.
Se lo dicen al cronista cuatro notables: creían que Al-Asad sería derrocado por el Ejército Libre de Siria (ELS) --que contaba con apoyo de EE.UU. y otros países occidentales, Arabia Saudita y Qatar--, pero ha ocurrido algo peor.
El ELS ha sido suplantado por el islamismo más brutal en esa guerra que ha costado ya 170.000 muertos y dos millones de refugiados en países vecinos.
Las mayores ofensivas contra el régimen son del Frente Islámico, el Frente al Nusra, vinculado a Al Qaeda, y la fuerza más terrible, el autoproclamado Estado Islámico de Siria e Irak de Abu Bakr al Bagdadi, que promulgó el Califato.
Los exiliados tienen ahora muchas dudas, porque Al-Asad es malo, pero los otros, mucho peores.
Y ven el contraste que hay donde la mujer y las minorías como la cristiana son medianamente libres, y la sanguinaria sociedad que están creando los islamistas con su yihad, que asesina en masa, quema y crucifica a los menos fervorosos.
En los países occidentales muchos dirigentes se sienten también responsables del monstruo que crearon al querer acelerar la historia derrocando a Al-Asad, como quizás ocurrió al hacerlo con Saddam Hussein en Irak.
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