En ninguna parte del mundo se viven las tragedias y los actos luctuosos como en España, donde tratamos de mantener una Semana Santa perenne y aplaudimos a los difuntos, como si fueran toreros.
Lo hemos vivido en el primer aniversario de la muerte de 79 personas en el descarrilamiento de un tren por exceso de velocidad en Angois, Santiago de Compostela, responsabilidad reconocida por el maquinista.
Televisiones, radios y periódicos repitieron obsesivamente su culto a la muerte dedicando sus mayores espacios a recrearse con el dolor de las víctimas, como si el accidente hubiera ocurrido hoy y fuera la principal noticia del planeta.
Lo que debe dársele a las víctimas, supervivientes y familiares es menos sensiblería, ayuda para olvidar lo ocurrido, algo que puede pasar en cualquier vehículo de transporte masivo y, sobre todo, las indemnizaciones que les correspondan.
Acertó Unamuno hace un siglo cuando escribió “Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos”, en el que estudiaba ese masoquismo cultivado por los españoles, que gozan sintiéndose desgraciados y ofreciéndole culto a la tristeza, al dolor y a la muerte.
La desventura de Angrois tiene un culpable, el maquinista que se despistó, como él reconoce; buscar otros causantes cuando todos los elementos del tren para evitar el descarrilamiento funcionaban es tratar de proteger al infeliz trabajador mientras se buscan responsables menos débiles: nuestra voluntad justiciera, populista y trágica.
Claro que podían existir sistemas de freno automático en la zona del accidente, y claro que la curva donde ocurrió no debería ser tan cerrada, pero había avisos visuales y sonoros alertando del peligro al operador del tren, que lo había llevado numerosas veces por el mismo lugar.
Un año después los trágicos españoles se deleitan obsesivamente en la desgracia, como hicieron otros españoles que diseccionó Unamuno tras el desastre del 98.
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Claro que es culpa del maquinista el accidente pero en todo accidente hay agravantes y atenuantes. En el caso de Angrois las señales de la vía no funcionaban, ni las de la vía ni las del tren. Debería haber balizas que parasen el tren por no ir a la velocidad correcta. Esto lo tienen hasta los cercanías o el metro que van a menos de 50km/h. Esa vía costó más de 3000 millones de euros. Oiga, por el precio no fue.
Publicado por: PPoremos | sábado, 26 julio 2014 en 22:55