Angela Merkel comienza su tercer mandato, la segunda vez formando coalición como canciller y presidente de la conservadora Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU) con el partido archirrival, el socialdemócrata SPD.
En junio cumplirá 60 años, de los que vivió sus primeros 36 bajo el régimen comunista, un reino del terror a la policía secreta, la Stasi, y del falso progresismo.
La CDU tiene un gran componente humanista basado en su cristianismo inicial; pero dado su origen luterano demanda enérgicamente que quien quiera protección haga esfuerzos para ganársela.
El exmarxista SPD presenta menos exigencias para ejercer el humanitarismo. Buscando la igualdad justifica que haya quien muestre menos voluntad de trabajo porque las circunstancias lo educaron así, con lo que frecuentemente sostiene a grupos que abusan del sistema.
Con el tiempo la CDU y el SPD han ido acercándose. La CDU ha cedido en aspectos que rechazaba por motivos ideológicos, como el salario mínimo, o la imposición de cuotas femeninas del 30 por ciento en los consejos de administración de las empresas.
El SPD, tras imponer esos conceptos, acepta que, en términos alemanes, el salario/hora que será de 8,50 euros/hora (en España es de 4,7), sea realmente mínimo, y que la cuota femenina en los consejos sea baja.
También ha aceptado una nueva flexibilización en el mercado laboral, supuestamente para ofrecer más trabajo, pero con peores condiciones.
Lección para España: ambos partidos mayoritarios en una nación de tres veces en PIB español, 81,3 millones de habitantes y renta per cápita de 28.800 euros (aquí, 47,4 millones y 22.230 euros de renta), han llegado a acuerdos mucho más difíciles que los que podrían alcanzar PP y PSOE si buscaran lo mejor económica, social y territorialmente para el país.
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Tenga en cuenta que ni Alemania, ni ningún país de Europa se ha planteado el separatismo como en España; en pocos, el peso del sector público en la economía grande y el paro tan elevado, ni el primer partido de la izquierda conspira para derribar al gobierno del primer partida de la derecha con la crudeza que lo hace el PSOE con el PP. En España, el acercamiento del electorado hacia la izquierda es más notorio que en los principales países de Europa, aunque no tiene, como en éstos, un potente electorado de extrema izquierda o extrema derecha. Los nacionalistas locales son residuales, al contrario que aquí, que pueden ser decisivos. Mal que nos pese, la tendencia es el voto al socialismo, se percibe como más dadivoso, más dispuesto a soltar subsidios, y eso da falsa seguridad (aunque sea la seguridad del borracho, al que van a dar una copita más antes de la resaca); sus derroches son percibidos como gasto social; su corrupción, la de sinceros izquierdistas tentados por el fruto prohibido: a ver quién se resiste; el PP es una suerte de fontanero de la economía, al que se le vota masivamente cuando no hay más remedio; sus recortes y privatizaciones se entienden como abrazo a la banca y a los poderosos, y su corrupción hunde sus raíces en el franquismo. En los territorios identitarios, se vota coyunturalmente a partidos nacionalistas, que son separatistas, porque se percibe que pueden dar "más caña" al gobierno, y así poder obtener más dinero por sus territorios: para que se lo lleven otros, nos los llevamos nosotros. PP, a menos que obtenga la mayoría absoluta, siempre vendrá obligado a pactar y acercar posiciones con la oposición, luego es más leal que la izquierda y que los nacionalistas, que tiene más posibilidades de pacto entre ellos sin contar con el PP.
Publicado por: Cara de Plata | sábado, 01 febrero 2014 en 21:51