Acaba de cumplirse el 25 aniversario del fallecimiento de Salvador Dalí, el artista catalán más famoso del siglo XX, sin que se recordara que le dejó todos sus bienes al Estado tras revocar un testamento anterior en el que le legaba la mitad a la Generalidad catalana.
Este ejemplo de catalanidad cosmopolita exhibida mundialmente, a la vez que de alocado anarquismo cercano al franquismo, rechazó así el nacionalismo catalán, y más aún al separatista.
Pareció intuir la llegada de gentes como Mas y Junqueras cuando declaró en 1982“heredero universal y libre de todos sus bienes, derechos y creaciones artísticas al Estado español”.
Pensemos sólo en la Fundación Gala-Dalí, creada por él poco antes de morir, que administra los gerundenses Teatro-Museo Dalí, en Figueras, el museo Dalí-Joyas, en Figueras, la Casa-Museo Salvador Dalí, en Portlligat (Cadaqués) y la Casa-Museo Castillo Gala-Dalí, en Púbol, conjunto que en 2013 recibió 1,6 millones de visitantes.
Si los independentistas logran su objetivo y el Patrimonio del Estado exigiera sus derechos, ¿habría enfrentamientos cuando España quisiera llevarse las obras al Reina Sofía, en Madrid, y los nacionalistas más fanáticos salieran a las calles quizás alzados en armas para impedirlo?
La catalanidad no es rupturista, sino un catalanismo abierto, constante entre los catalanes más notables.
Algunos hicieron importantísimas donaciones al Museo del Prado, como fueron Pablo Bosch, a principios del siglo pasado, y antes de morir en el exilio, en 1947, Francisco Cambó, antiguo líder de la Liga Regionalista.
La última muestra de esa catalanidad es la del empresario barcelonés José Luis Várez Fisa, que hace menos de un año legó doce obras de arte antiguo español al Prado, tan importantes que se muestran en una sala con su nombre y el de su esposa.
Hay catalanismos y 16 ismos más que no son los catetismos del nacionalismo localista, ni centralismo, ni nacionalismo españolista, sino amplitud de miras de los españoles de cualquier origen.
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Ocurrirá como con los Papeles de Salamanca: se llevarán todo lo que quieran; no se sabe muy bien para qué lo quieren y dónde lo van a poner, pero lo quieren, nada más que porque pueden rapiñarlo.
El ejemplo de Dalí puede predicarse de todos las grandes figuras de la cultura catalana: que se sentían profundamente españoles por ser catalanes. Y quien hizo donaciones al Estado y museos españoles sabía muy bien lo que se hacía; en bien de la cultura, todo menos dejarlo en manos de bandidos separatistas y sectarios. Allí estarían a beneficio de todos, en manos de los segundos, sabe Dios en qué colección privada acabarían. ¿Tendrían poderes premonitorios, y presentían lo de Salamanca?
Por cierto, los autores catalanes que más venden escriben en castellano. Podrían, como Josep Pla, escribir en catalán y luego ser profusamente leído en castellano, también. Sin embargo, a los escritores pancatalanistas no les leen ni los suyos. También es verdad que les da lo mismo, desde el momento en que su talento y número de lectores es inversamente proporcional al importe de las subvenciones y premios que reciben de la Administración.
Publicado por: Cara de Plata | jueves, 23 enero 2014 en 17:22