Desde Galicia, a gran distancia de donde está el cronista,
le anuncian que por allí corre un furor sordo ante la posibilidad de que el Novagalicia
Banco, nacionalizado tras la fusión de sus dos cajas, se le entregue a la Caixa
barcelonesa.
Ven a la Caixa como ejemplo del expansionismo catalán que ha desgalleguizado marcas simbólicas, como Fenosa, regida antes por gallegos en Madrid.
La Caixa, silenciosa ante el actual separatismo, apoya a la Generalidad, que ha atacado con “soberbia imperialista” las inversiones del Estado en Galicia.
La mala administración y los posibles delitos de quienes dirigieron CaixaGalicia y Caixanova, fusionadas en 2010 como Novacaixagalicia, nacionalizada y convertida en Novagalicia Banco, son culpables de su hundimiento y ruina.
Pero su fondo de clientes, gallegos fieles a esa entidad, permite augurarle un futuro solvente por el que pugnan bancos, fondos de inversión y la Caixa catalana, que parece ofrecer solvencia obtenida gracias a sus buenos administradores.
Pero también porque Franco fue vasquista y catalanista: durante las primeras décadas del régimen el ahorro de toda España, incluido el gallego de sus entonces saneadas Cajas, estaba obligado a destinar cupos a esas economías regionales para acelerar “el desarrollo de la industria nacional”.
La Caixa catalana presiona ahora a todas las instancias posibles para quedarse con Novagalicia Banco.
Promete mantener su galleguidad, aunque quienes tienen la ira como fondo, y son muchos, prefieren otra salida antes que la de una entidad que representa la economía de un territorio cuyos gobernantes rechazan y desprecian toda demanda de los gallegos al Estado.
Quizás la opción de la Caixa catalana sea buena, pero al no desmentir el “Espanya ens roba”, el eslogan del gobierno nacionalista de CiU que llama ladrones también a los gallegos, la hace profundamente antipática.
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