Hace poco un padre español estuvo a punto de entrar en prisión denunciado por su hija adolescente por darle una bofetada para calmarla después de que ella destrozara la vivienda porque no le compraba un teléfono móvil para sustituir al que se la había averiado.
El fiscal pedía la cárcel, pero un juez con sentido común se negó a dictar una condena tan dura. No, los juecces así no abundan.
Caminamos rápidamente hacia una sociedad desequilibrada en la que un hijo puede pegarle a un padre o destrozar la casa familiar, y el padre no puede darle una bofetada para que se serene porque si el hijo lo denuncia el padre irá a la cárcel de tres meses a un año.
La vieja doctrina de que una bofetada puede corregir las irracionales iras adolescentes se castiga ahora con el artículo 153 del Código Penal sobre violencia doméstica: padres a prisión.
Cada día son más comunes los malos tratos de los hijos a los padres, estimulados por la pedagogía buenista que quiere imponer coercitiva y moralmente la idea de que todo joven monstruo es un buen salvaje que se autoeducará.
Para enfrentarse a una legislación similar a la española, de hecho aquí somos imitadores, en hogares y escuelas estadounidenses han encontrado una solución radical.
En cuanto un adolescente o niño se emberrinchan en casa o en un colegio, los padres o profesores llaman a la policía; no los tocan y así evitan la cárcel como maltratadores o pederastas, acusación ésta muy común.
Aparecen unos agentes como armarios que esposan al revoltoso-revoltosa, a veces de poco más de tres o cuatro años, y se lo llevan a la comisaría para entregárselo a un juez, que lo envía a una prisión para menores.
Un desastre social que le debemos a los pedagogos que ven en todo menor violento el buen salvaje de Rousseau, ese que cultivaron en Francia a principios del XIX para ser perfecto, y que terminó en la guillotina por multiasesino.
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Amado señor Molares, me complace que mis comentarios no le sean indiferentes aun cuando los considere torpes y, seguramente, mal escritos.
J.J. Rousseau en su "Emilio" expone precisamente la necesidad de permitir la percepción para un conveniente razonamiento.
¿Cree usted señor Molares que el padre de esa muchachita que destrozó lo casa por el deseo de posesión de un aparato de ultima moda es un padre que educo convenientemente para la existencia y para la vida a su hija? Es màs: ¿cree que los padres de ese padre lo educaron convenientemente? No. Para crear estos ejercitos de zombis codiciosos, ambiciosos, engañosos, mentirosos, caprichosos, traicioneros,... en ultimas, dominados por el ego, hemos invertido muchas generaciones. Tal vez desde que prohibieron reuniones para consumir enteogenos en comunidad y tal vez desde que decidieron crear religiones con un Dios único han sido educados por el ego, no por el Amor. Hemos requerido el concurso de muchas generaciones para obtener estos resultados.
Retrocedamos unas pocas generaciones. Vamos hasta la revolución francesa nada mas. ¿Cree usted que todo lo que le han contado los medios sobre los sucesos de la revolución son ciertos? ¿Sabe que sucediô? Sucedio que los revolucionarios no se atrevieron a bajarle la cabeza al Papa... Meterse con la cabeza del para era meterse con la cabeza de la chusma, de la masa... Si, de la masa; de esa masa acefala y amorfa de la que tanto hablo. Bajaron la cabeza de un Borbon... jejejeje... De un Borbon.. Ay! Tan cerca de la Cosa Nostra. Y cuando asegura el culo el papa en su sitial y el culo cagado del susto en su trono el rey, aprovechan los adelantos de la ilustración para su beneficio, y asi la academia se apropia del conocimiento cobrando bien costoso el saber. Pero además saben que es por ego que el hombre desea saber y el ego paga para sentirse digno y superior a los demás... y cada vez paga màs.
Pocos años antes de la revolución, Voltere escribe a Diderot (si mal no recuerdo) que cuanto escriben para la enciclopedia lo publican tergiversado, manipulado.
Publicado por: Amparo Moreno | jueves, 22 agosto 2013 en 18:46