El cronista es de un pueblo que se quedará sin trenes de pasajeros poco después de cumplirse el centenario de la apertura de la línea Ferrol-Betanzos y de la estación, Pontedeume, aunque seguirán pasando los de mercancías.
Los poetas y los políticos de la oposición, que cerraron otras líneas cuando gobernaban, lanzarán sentidos ayes y epitafios y convocarán protestas.
Pero tales románticos y los cuadros de partido o de la Comunidad Autónoma, con coche y chófer, quizás nunca montaron en esos convoyes fantasma que paran estación tras apeadero sin recibir o dejar viajeros.
Antes de que el coche fuera accesible o aparecieran tantas líneas de autobuses, nuevas carreteras, autovías y autopistas, la gente se movía entre pueblos cercanos en trenes lentos, y agotadores, porque al tener paradas tan cercanas nada más arrancar el maquinista comenzaba a frenar.
Van a cerrar 48 líneas así de toda España para que Renfe ahorre 86,5 millones de euros, que con otras 127 líneas de servicio reducido dejan sin ese medio a 1,65 millones de viajeros potenciales al año.
Los amantes del tren se lamentan por este ataque a una tradición y a los derechos de la ciudadanía, pero es fácil imaginar que los enamorados de los carros de caballos y los vendedores de forraje sintieron el mismo dolor cuando llegó el ferrocarril.
La melancolía que crean los viejos trenes de líneas cortas está en la literatura, en el cine, como el de las diligencias, y que mueran entre lamentos es ley de vida.
Y cuando desaparezcan los automóviles, los autobuses y los aviones que han sustituido a los trenes que conservan carbonilla de sus tiempos con máquinas de carbón, quedará también su romanticismo
Qué enorme añoranza sentirán los conductores de coches cuando, en lugar de rodar por carreteras, vuelen, o los pasajeros de aviones, cuando lleguen en microsegundos a su antípoda.
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Estoy tratando de introducir comentarios pero no entran. No se que pasa.
Publicado por: Anna Castelló | domingo, 19 mayo 2013 en 02:12