“La Guardia Civil era una de las pocas cosas que funcionaban bien en España. De ahí su impopularidad”, escribía Julio Camba en tiempos de la II República, pero ahora, al revés, es la institución más prestigiosa con las Fuerzas Armadas y la Policía, según el CIS.
Camba afirmaba que ese cuerpo era “exacto, honrado e insobornable”, y lo era porque sus miembros cumplían escrupulosamente su reglamento.
A pesar de que durante el franquismo participó en la represión política, de que el 23F de 1981 uno de sus jefes quiso dar un golpe de Estado, y de que ahora le aparecen corruptos de vez en cuando, su eficacia y profesionalidad han mejorado su imagen hasta recuperar la que tenía cuando Camba escribió su artículo.
La República quiso deshacerse de ese cuerpo sustituyéndolo por los Guardias de Asalto, pero fracasó porque la disciplina de estos nuevos era poco estricta, de reglamentos blandos, tan democráticos que parecían asamblearios.
La República tuvo que devolverle a la Guardia Civil las responsabilidades, y Azaña le concedió grandes presupuestos.
Algo parecido le ocurrió a Felipe González, que de querer disolverla pasó a entregarle todos los medios que pedía, aunque puso como jefe del reglamento al ladrón y estafador socialista Luis Roldán.
Ahora, las oenegés y las organizaciones de derechos humanos de España protestan porque el guardia civil Juan Carlos Alonso Farías, de 30 años, fue condenado por un tribunal militar a tres meses de prisión en Alcalá Meco por insultar a su jefe, un cabo.
Hacía veinte años que no se producía una condena parecida, pero el guardia sabía a qué se exponía al ingresar en ese cuerpo sumamente reglamentado.
Camba jugaba a las cartas en su pueblo gallego con el cabo del puesto. Alguien dijo que no entendía cómo Guzmán el Bueno, al que amenazaban con matar a su hijo rehén si no entregaba Tarifa, les arrojó su puñal para que lo degollaran.
Y el cabo señaló: “¿Y qué iba a hacer el hombre? Seguramente el reglamento no le dejaba otro camino”.
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No creo que a nadie haya sorprendido la valoración positiva que hacen los españoles de las Fuerzas del Orden: es una reacción natural,de pura supervivencia.
Si las Instituciones que parecían más consolidadas nos decepcionan mientras que estos señores de uniforme han estado ahí siempre protegiéndonos y defendiéndonos, incluso con riesgo de su propia vida, como los más de 200 que cayeron a manos de ETA, o los 150 muertos en Irak, o los 110 que regresaron en cajas de pino de la “guerra buena” de Afganistán, todos dedicados a ayudar a aquellas gentes, pues claro, la sociedad se arrima allí donde encuentra lealtad, honradez y entrega, entre quienes les inspiran confianza.
Mantener la disciplina de tanta gente, con tan diversos caracteres, edad, nivel formativo, ideología, no es fácil, por eso las reglas de la milicia han de ser muy estrictas, claras, insobornables y rígidamente observadas. Como en ningún otro colectivo humano.
Así funcionan los ejércitos y demás cuerpos uniformados. Con una disciplina ejemplar, aunque afortunadamente, aquí no lleguemos a los robots uniformados de las dictaduras asiáticas. Sin disciplina, sin respeto obligado, inexcusable al superior y a las normas, no podrían funcionar.
Es inimaginable en estas Fuerzas el compadreo y faltas de respeto de inferior a superior que puede haber en otros ámbitos laborales.
Por eso denota poco conocimiento de esa galaxia los que gritan en la calle por ese soldado que insultó a un cabo y le cayeron tres meses de calabozo.
Insultar a un jefe con uniforme es muy grave, y lo saben. ¿Qué puede hacer el tribunal militar que lo juzgó? El reglamento no le deja otro camino....
Publicado por: MIRANDA | martes, 07 mayo 2013 en 01:34