A veces los países en decadencia como el Reino Unido de Margaret Thatcher necesitan recibir unos cuantos golpes para indignarse y recuperar su autoestima al vencer a sus agresores, que quedan desautorizados y ridiculizados ante los suyos.
A Thatcher, primera ministra británica entre 1979 y 1990 y que acaba de morir con 87 años, la Reina británica deberían haberle concedido el título de Lady Malvinas o Lady Falklands y no el Lady Thatcher de Kesteven.
Porque al reconquistar militarmente ese archipiélago en el Atlántico Sur salvó el orgullo británico, e hizo que cayera la dictadura asesina creada por unos generales argentinos que habían dado un golpe de Estado en 1976 para terminar con la loca presidencia de Isabelita, viuda del tardofascista General Perón.
Los años 1970 en Argentina fueron los de una enajenación colectiva, con un ciego terrorismo montonero fasciocomunista, mientras el Reino Unido se arruinaba por la acción de unos sindicatos radicalizados y suicidas.
Tras el golpe de Estado, cinco de los seis generales que gobernaron consecutivamente asesinaron a millares de argentinos, montoneros o no, y borrachos de nacionalismo prepararon una guerra con el Chile de Pinochet por el diferendo del Canal de Beagle.
Aunque prefirieron lanzarse sobre las indefensas Malvinas, en litigio por su propiedad desde 1833, y habitadas por unos 2.000 ganaderos británicos.
En Londres, Thatcher, que estaba venciendo a los sindicatos y resucitando el país, mandó su Armada en contra del criterio de sus ministerios de Defensa y Asuntos Exteriores.
“Vamos contra los malos: además de invadirnos, están matando a su propio pueblo, ¿o no?”, dijo.
Venció, y poco después caía la dictadura, envuelta en sangre, ignominia y vergüenza, algo que deberían agradecerle a Lady Malvinas tantos argentinos, más esclavos del tango, Maradona, las milongas y el nacionalismo ciego más que del racionalismo.
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Ha muerto Mrs. Thatcher, y muchos hablan ahora bien de quien tan mal hablaron. A lo mejor es porque las nuevas generaciones de políticos hacen buenos a los que los precedieron.
Margaret era mucha Margaret para ser una mujer de su tiempo. Su fuerza, caracter, valentía, no eran fáciles de aceptar.
Sin duda ejercer tanto poder e influencia durante tantos años conlleva ser objeto de crítica permanente.
Pero la hija del modesto tendero británico se empeñó en escribir la Historia de su puño y letra. Con esfuerzo y sacrificio, desde sus principios e ideales, que eran los de la clase media a la que pertenecía, anteponiendo sus ideas / valores y los intereses de la ciudadanía a otros intereses personales o partidistas, de hecho tuvo sus problemas dentro del partido por ello
Conservadora en valores, liberal en actitudes, redujo la burocracia, recortó subvenciones, liberalizó la economía, contribuyó a rematar la caida del Muro del marxismo y mostró su excepticismo con el plan de forjar una unión europea, prevención habitual para los isleños británicos, y seguramente, señal inequívoca de lucidez, a la vista de lo que hay y lo que habrá.
Descanse en paz la brillante estadista, que no necesitaba “cuotas”, ni “dia de”, ni impostadas pamemas “de género” concedidas por los varones, y a la que imagino sentada junto a Churchill, Reagan y Kohl, charlando animadamente con recobrada lucidez.
Publicado por: MIRANDA | jueves, 11 abril 2013 en 01:32