En la cabalgata de Reyes del barrio madrileño de Carabanchel los niños vieron a Baltasar con una cara distinta a la de los últimos años, y fue porque el rey negro habitual, el senegalés Gamou Ding, estaba detenido en un Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE), pendiente de su expulsión de España.
La noticia apareció inicialmente como una muestra de xenofobia contra los inmigrantes indocumentados, como él.
Decenas de organizaciones, poetas y artistas pidieron la libertad de Gamou Ding, protestaron por su detención y reivindicaron la suavización de la ley de extranjería.
Luego se supo que Gamou Ding había sido detenido cuando atacaba violentamente a una anciana para robarle su bolso: alejado de donde lo conocían, Baltasar no era un santo.
Una vez arrestado apareció en su expediente que estaba acusado por otros delitos violentos, y también de venta de discos falsificados --que los artistas más progresistas, exigen que se persiga--, y que por ello estaba en busca y captura, y tenía pendiente una orden de expulsión.
Pero hubo quienes como Antonio Gala y Manuel Rivas, a pesar de conocer ya doble vida de Baltasar, continuaron escribiendo sensibles páginas sobre la falta de compasión de las autoridades, y denunciando al inhumano y despiadado Rajoy ante un entrañable Baltasar indocumentado que delinque para comer.
Muestra del buenismo que es uno de los orígenes de la corrupción estructural española: numerosos opinadores sensibles y socialmente influyentes exigen anteponer el buen corazón a la justicia.
Los poetas y articulistas más sentimentales predican que deben perdonarse los delitos de los humildes --y los de los terroristas, para alcanzar la paz social--, lo que lleva a que otros defiendan que también deben disculparse los delitos de los poderosos.
Así va envolviéndonos la delincuencia y la corrupción: protegiendo la pequeña amparamos la grande, y viceversa.
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Antes de leer el post pensé que iba sobre Juan Carlos I y su yerno.
Publicado por: cilantro | martes, 08 enero 2013 en 01:50