El “derecho a decidir” que reivindican los secesionistas catalanes se ha extendido como consigna por Galicia y el País Vasco, pero también por regiones que dieron origen a la España medieval, como Asturias, donde aparecen inesperables independentistas.
Esa exigencia es un pleonasmo porque el “derecho a decidir” es tan elemental que lo posee todo ser humano autónomo, y lo ejerce al hablar o estar callado, elegir corte de pelo, o al dormir o no.
Plantear el “derecho a decidir” es como hacerlo por el de respirar, caminar o mirar al horizonte, y manipular ese derecho natural para amparar un proyecto político que puede cambiarle radicalmente la vida a millones de personas es más que un engaño: es un crimen.
La historia se construyó a lo largo de muchos siglos. Es como las catedrales, que iban elevándose a la vista de varias generaciones, y ya que hablamos de Cataluña, como la Sagrada Familia de Gaudí.
Imaginemos que en algún momento unos iluminados deciden cambiar el canon estético, imponen el suyo con manipulaciones y consignas de la escuela Goebbels, y envían masas lanares a exigir la demolición del monumento alegando su “derecho a decidir”.
Es lo que hacen obedeciendo a Alá los islamistas al destruir los multicentenarios mausoleos de Tombuctú, en Mali, o lo que hicieron los talibanes bombardeando los Budas de Bämiyän, en Afganistán.
Tratar de devastar una unión milenaria, ratificada hace cinco siglos tras un matrimonio real, es embarcar en un Arca de Noé a animales heterogéneos, carnívoros y herbívoros, que han convivido hasta ahora gracias a un ecosistema histórico y geográfico llamado España.
Dentro de la nave los argonautas ejercerán su “derecho a decidir”: comiéndose entre ellos.
Ni siquiera imponiéndole coercitivamente un idioma, el catalán, los separatistas han conseguido que lo use habitualmente más de la mitad de la población: como Franco con el castellano, pero al revés.
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Tanto en Cataluña como en el País Vasco se dan alianzas contra natura unidas solo por su separatismo y su odio a España. Partidos burgueses de derecha confesional como CIU y PNV, con partidos marxistas como Esquerra Republicana y Bildu-ETA. Si consiguieran su propósito, el siguiente paso sería una lucha a muerte entre ellos, sin el poder moderador del estado central.
La película Queimada ilustra un caso de estos. Los ingleses estimulan la rebelión de los esclavos negros y de la burguesía criolla en una isla del Caribe contra la metrópoli, que aquí se tradujo por Portugal, pero era claramente España. Una vez que la Independencia triunfa, los hacendados crean un ejército cipayo de negros para eliminan a sus asociado negros rebeldes, a los que exterminan sin contemplaciones, con una crueldad mucho mayor que la de la vieja metrópoli, con la ayuda del mismo agente inglés que organizó la rebelión y era amigo del cabecilla negro. En la película triunfan los hacendados, y en Cataluña probablemente también lo harían (la burguesía conservadora). En el País vasco es menos claro, y es muy posible que el PNV haya alimentando al monstruo que acabe por eliminarlo violentamente. Se lo tendrían merecido.
Publicado por: Espectador | lunes, 28 enero 2013 en 18:20